Simone Zaza viene de un fútbol, el Calcio, en el que los goles se festejan con ese toque exagerado, con un punto neomelódico, de las carreras de Pippo Inzaghi rozando las lágrimas, agitando los brazos con los puños apretados. El delantero de Policoro, en cambio, entra en una especie de trance cada vez que marca.

Por su mente se arremolina una sucesión de momentos y emociones que lo dejan plantado, casi inmóvil tras cada gol. Una costumbre que apenas retocó anoche ante el Málaga, pese a marcar en ocho minutos de tormenta perfecta su primer triplete, que ha anhelado durante toda una carrera forjada desde los campos de tierra de la Serie C.

Fue tal el arrebato de Zaza, que no se registraba un triplete en tan pocos minutos en el equipo blanquinegro desde el conseguido por David Villa en San Mamés en 2006. Un registro que solo antes lograron dos leyendas recordadas con gloria enciclopédica, como Mundo y Faas Wilkes.

Zaza tocó el objetivo con los dedos el año pasado, con sus dos goles en Granada, y que ayer, en la velada feliz de Mestalla, alcanzó para explotar la rabia contenida de su tan comentada suplencia contra el Levante UD y, de paso, volatilizar las pocas incertidumbres que rodeaban a un equipo que apenas tenía gol. Fueron goles muy propios de «Simo», sin sutilezas, rematando como un convoy desbocado.

Con el partido cerrado, Marcelino García Toral entendió que tres de los protagonistas del encuentro merecían recibir el aplauso de la grada. Ensordecedoras fueron las ovaciones para el héroe Zaza, que ya tiene cántico propio, para Kondogbia, el pilar que sustenta el bloque, y para un Dani Parejo aclamado por unanimidad, al igual que otros jugadores rescatados para la causa como Santi Mina y Rodrigo, o un Carlos Soler letal en las asistencias.

Decía precisamente Parejo que no se quería perder la oportunidad de ser entrenado por un técnico como Marcelino García Toral. La expectativa de las primeras semanas de trabajo hizo que el centrocampista de Coslada no se fijase en ofertas y arrinconase los traumas varios acumulados en su ya larga etapa valencianista. Una secreta esperanza debe convocar este equipo cuando ayer Mestalla registró una más que aceptable entrada, con 36.215 espectadores.

Pese a tratarse de una jornada intersemanal, con un horario dañino, que obligó a que entrasen aficionados casi con media hora de cronómetro consumido, con un rival sin gancho y en condición de colista, y un equipo con las visibles limitaciones vistas en tres empates seguidos. Poco importa. La hinchada intuye que se está germinando un proyecto serio. Como le sucede a Parejo, tampoco quiere perderse la oportunidad de presenciar las evoluciones de este Valencia que ha despertado.

El Valencia es un equipo, de nuevo, vivo. Se aprecia en un detalle: las constantes charlas entre los jugadores sobre el campo. Neto con Zaza, Murillo con Gabriel Paulista, Toni Lato con Guedes, en su primera titularidad... Dice mucho de la ambición por crecer como colectivo, después del desdichado bienio sufrido en el que los jugadores hacían la guerra por su cuenta, expuestos por el indefinido de una institución errabunda.

Antes del estallido goleador liderado por Zaza en la segunda parte, la hinchada ya había agradecido los destellos de clase que empieza a mostrar el Valencia. Desde las lecciones de autoridad de Kondogbia en la medular, a las dos manos salvadoras de Neto contra un Málaga valiente, o los dos pases medidos desde la banda, a lo David Beckham, de Carlos Soler, el «crack» al que hay que proteger de toda tentación simplista.