Una parte esencial en la literatura de todo derbi se alimenta de las polémicas y los agravios, la parte más ácida de toda rivalidad. El gol mal anulado a Coke en el Valencia-Levante UD de ayer pasa a tener episodio propio en este relato. Incluso más flagrante que otros momentos del pasado, que admitían más discusión, como el gol de Mista contra Mora, el fuero de juego de Mata, o el gol mal anulado a Soldado que evitó la victoria valencianista en 2013. Pero sobre todo si resulta doloroso es por el castigo que supone para un Levante UD que no mereció perder contra un Valencia que, espeso de ideas, se agarró a los requiebros vertiginosos de Guedes.

No se respiraba ambiente propio de derbi. Los autocares de los dos equipos llegaron a Mestalla sin excesiva expectación y los espectadores apuraron al máximo para ocupar sus asientos hasta completar una aseada asistencia de 38.122 aficionados. Esa salsa light se explica también por la ausencia de personalidades fuertes en los dos equipos. Ya no es el partido de los capitanes malencarados, como Albelda y Ballesteros.

Fue en todo caso el derbi de las certezas. Todos los condicionantes que han rodeado a la racha de derrotas del Valencia se han justificado con la racha de lesiones, el calendario cargado, los rivales de altura y la generosa puntuación de un equipo que completó la primera vuelta con 40 puntazos, convertidos ahora en la crisis de los 40.

El valencianismo, que ha llegado a soñar con lucha por la Liga, se resiste a denominar el prolongado invierno resacoso de su equipo como «crisis», pero ante el Levante UD volvió a quedar patente la falta de frescura. El regreso a la titularidad de Guedes y Soler se intuía como una ocasión propicia para recuperar la chispa perdida. Soler fue uno de los más motivados. Es un caso curioso el del canterano. Para muchos blanquinegros el derbi es visto todavía con cierto desapasionamiento, en contraste con el gran día de fiesta cuando el duelo visita Orriols. Sin embargo, en la joven memoria de Soler, de Lato o de Ferran Torres, el Levante UD siempre ha sido un club asomado a la elite. Los años de plomo «granotes» en Segunda B son solo una referencia arqueológica para los jugadores de la casa que escribirán las páginas del futuro del derbi.

El mayor peligro valencianista llegó con las jugadas a balón parado, en los que la contundencia azulgrana es más débil. Así llegó el gol de Santi Mina, que desató la primera salva de cánticos relativos al dominio histórico del Valencia en la ciudad. Estos coros todavía duraban cuando Postigo marcaba, un minuto más tarde, el tanto del empate, que también desnudaba las carencias de la retaguardia local.

Ante cada signo de nerviosismo del Valencia, focalizados en los balones perdidos de Montoya, el Levante UD afianzaba su solvencia. No es un bloque ni mucho menos exuberante en calidad, pero se asienta en unos sólidos fundamentos tácticos que lucen, sobre todo, en citas y escenarios grandes. Es el Levante UD fiable que aguantó con entereza en el Bernabéu, que solo sucumbió ante la ley de la gravedad de Leo Messi en el Camp Nou. La reacción inmediata al gol del Valencia le permitió ralentizar el tiempo y jugar con la ansiedad creciente de Mestalla. Mientras que en otro partidos atascados en esta temporada, la grada no dejaba de rugir, anoche el rumor fue de intranquilidad. Las soluciones que ofrece el Valencia, que desperdició dos balones al poste, ya no son las del conjunto cuyos movimientos obedecían a un ballet robotizado y preciso.

En el minuto 65 todo cambió. El gol mal anulado a Coke en un error gravísimo de Medié Jiménez dio paso al eslalom de Soler que acabó en el gol de Vietto. El penalti de Parejo propició que por primera vez una gran parte de la grada saltase al grito de «es un sapo el que no bote». Una señal inequívoca de lo mucho que costó vencer a los locales, y de la incomodidad que supone tener de vecino al Levante UD.