S. Golf, Valencia

"Los moros tenían minaretes, desde los cuales elevaban sus oraciones. Los cristianos que les sucedieron en el dominio de la ciudad trocaron los minaretes en miramares. Necesitaban de cuando en cuando adorar a su bella naturaleza (...) A los valencianos gustábales contemplar su mar, no perderlo de vista, y por ello construían estos miradores que llamaban miramar. Una puertecita del porche comunicaba con el terrado, y en el centro de éste elevábase el miramar. Había que subir por una escalera de tijera. Primero se tropezaba con una habitación cuadrada, con ventanas a los cuatro vientos. Allí solía guardarse un anteojo de larga vista plegable (...) ¡Qué gustosamente se saboreaba Valencia desde aquellos miramares!". La cita, rescatada por el Consell Valencià de Cultura en su momento, es de Teodoro Llorente hijo. Los miramares son -casi hay que decir eran- unas construcciones que permiten, desde la azotea de una vivienda, la contemplación del mar. En los Poblats Marítims adquieren especial singularidad, por la cercanía de la costa. Pero el plan del Cabanyal ya se ha cobrado dos de las torretas. Sólo quedan tres. El barrio es, hoy, en palabras de su asociación de vecinos, "menos marinero".

Las han evocado escritores y poetas y han inspirado a pintores y escultores: Sorolla, Benlliure, Stolz Viciano, Navarrete, Rigoberto Soler y también Joan Bautista Porcar, Peris Marco o Antonia Mir. Blasco Ibáñez refleja en Arroz y Tartana el miramar desde el que contemplaba la huerta. Hoy, el edificio es la biblioteca pública de Burjassot.

Sólo quedan tres

El paisaje urbano del Marítim estaba repleto de ellas en el siglo XIX y principios del XX. Cuando el Ayuntamiento de Valencia aprobó el planeamiento del Cabanyal -avalado, tras años de lucha vecinal, controversia y batalla judicial por el Tribunal Supremo- ya sólo quedaban cinco. El planeamiento urbanístico (bien por el avance de la avenida de Blasco Ibáñez hasta el mar, bien por los servicios) "condenó" primero una, luego dos. La "sentencia" se cumplió, a pesar de la intervención de un juzgado -que llegó a anular cautelarmente el derribo- y del Consell Valencià de Cultura, que defendió la necesidad de protegerlos.

"Cayó" el miramar de la Ferretería Blasco en la calle José Benlliure, después de ser descatalogado. Esta misma semana, el jueves pasado, lo hacía el del Horno de la Estrella. Sólo quedan tres. Una en la calle de la Reina, a escasos metros de la iglesia de Cristo Redentor-San Rafael, otra en la calle Escalante y la última, muy cerca, en José Benlliure.

Un panorama similar presenta el que otrora fue otro gran vivero de miramares, la Ciutat Vella. Asomaron sobre los tejados del centro histórico a partir del 1.600 para que sus habitantes, más alejados del mar que sus vecinos del Cabanyal, llegaran a vislumbrar las olas. Poco a poco, fueron desapareciendo, primero de la mano de la demolición de las murallas y después engullidas por la degradación general del distrito. Actualmente, los supervivientes se pueden contar apenas con los dedos de una mano. En los años noventa, el miramar del palacio de los Martínez Vallejo en la plaza Horno de San Nicolás -en su proceso de conversión en colegio mayor- fue rescatado del olvido con el derribo del depósito de agua que ocultaba de la vista la torreta.

"Especulación y desinterés"

El informe que realizó, en 2004, el CVC a instancias de l'Associació Les Drassanes se dolía de que "La pérdida de este tipo constructivo no solamente es una malversación de nuestro patrimonio arquitectónico sino perder un monto de referente culturales que han propiciado la identidad del pueblo valenciano. Con el derribo de los miramares desaparecen formas de vida, recuerdos artísticos, referentes literarios, valoraciones medioambientales, criterios higienistas, etc... como también la memoria de una edificación peculiar que proporcionaba personalidad a ciertos espacios urbanos e identificaba un paisaje". Y tenía claros los "culpables": "... la fuerte especulación y sobrevaloración del suelo urbano, las nuevas formulaciones urbanísticas así como el desinterés de propiedades y autoridades (É)".

Aquel informe proponía la realización urgente de un inventario de los miramares de la ciudad y el estudio, caso por caso, de su valor patrimonial para proceder a su declaración como Bien de Relevancia Local (BRL) o Bien de Interés Cultural. Pero no sirvió de nada. Las dos bajas rompen "la silueta paisajística" del barrio, según apela, citando el artículo 39 de la Ley de Patrimonio Cultural la Asociación de Vecinos Cabanyal-Canyamelar, y hacen que hoy sea, "menos marinero" que ayer.