Mediodía, 11 de agosto. El sol está en lo más lo alto, 33 grados y ni una sombra alrededor. Mayte, luciendo bikini rojo y pertrechada con una novela y una botella de agua, toma el sol sobre su tumbona mientras descansa dejando pasar las horas. Las tres: es la hora de comer. Mayte se incorpora, se pone las chanclas, recoge el libro, la botella y la toalla, mira a su alrededor para echar un último vistazo y suspira. Esta vez no está pisando la blanca arena de una playa ibicenca ni le llega la suave brisa de un mar de aguas cristalinas. Este verano camina sobre las baldosas de su azotea y lo que la rodea es un mar, sí, pero un mar de asfalto y edificios: la ciudad. Mayte disfruta este verano de las vacaciones de muchos valencianos: quedarse en casa y sobrellevar como mejor se pueda los rigores del calor. El paro, los salarios mileuristas o las pensiones miserables, la crisis ha convertido la ciudad en destino turístico forzoso para muchos ciudadanos que comparten el recuerdo vivido de otros veranos de playas paradisíacas y mojitos bajo una palmera, el presente del calor asfixiante, el asfalto y el deseo de que el próximo año sea muy diferente.

Una encuesta realizada por la fundación Randstad a principios de este mes de agosto sobre una muestra de 1.136 personas revela que un 51% de los trabajadores renuncia a las vacaciones este verano. Este porcentaje es la media entre las personas con empleo y sin él. En esta última categoría, el 64,9% de las personas en paro reconoce que este año se van a quedar en casa ya que no han conseguido trabajo y ésta es su máxima prioridad. En el lado opuesto, un 35% de las personas que en la actualidad sí tienen un empleo también reconoce, sin embargo, que este año no disfrutará de vacaciones. "La cosa no está para echar cohetes", dice más de uno.

Dominó a la fresca

Ricardo y Enrique comparten atardeceres y partidas de dominó a la fresca en la esquina de las calles Torno del Hospital y Roger de Flor, en Valencia. Ricardo está en el paro "ya por mucho tiempo", ha agotado la prestación y se busca la vida haciendo chapuzas. Lleva ya más de un verano sin dejar la ciudad. "Si acaso al pueblo, ¡y no te creas!, sólo un par de días y ya está". No puede permitirse unas vacaciones aunque el año pasado sí logró hacer una escapada: "A Coruña, ¡pero tres días y de rebote!". De todas maneras le encantaría poder repetirlo.

A su derecha, separados por una silla con un par de latas vacías de cerveza y un cenicero lleno de colillas, se encuentra Enrique, compañero de mesa, aunque oponente en la partida. Jubilado, 700 euros de pensión y "20 años ya a la fresca de este rincón jugando al dominó". El calor lo sobrelleva como puede "con los amigos al caer la tarde". Mientras coloca una ficha, cuenta que el presupuesto le da apenas para vivir, así que ni soñar con unas vacaciones aunque no renuncia y ha solicitado un viaje del Imserso. Todavía sin noticia.

"Viajo con internet"

Juan también está desempleado y también sobrevive como puede. Este agosto se queda en la ciudad ayudando a su cuñado Eduardo en la reforma de su pequeña autoescuela. Los dos, cubiertos de polvo y yeso, cuentan que no hay dinero: la crisis, los bancos, los impuestos... se comen todos los recursos y al final no queda nada para hacer una escapada. Juan recuerda los buenos y no tan lejanos tiempos: "Hace dos años me hice un crucero por el Caribe, 16 noches en un barco inmenso visitando todas las islas. Todo lujo, Y ahora ya ves...", reconoce con cierta resignación mientras se bate el polvo de las manos. A su lado su cuñado asiente y añade: "A mí me hubiera gustado viajar al norte, Asturias, Pirineos, un sitio fresco. Pero sólo llego a la piscina y a un helado. Este verano sólo viajo por Internet. Busco un destino, lo visito con Google Earth, me ilusiono y me hago la cuenta de que ya he estadoÉ Ayer volví de la Polinesia francesa".

Mucho más cerca de su barrio, El Carmen, se quedan Yolanda y Pedro. Ella es limpiadora y él, trabajador de una hamburguesería, en paro desde hace tres meses. A las doce del mediodía y bajo un sol de justicia juegan al fútbol en los campos de arena del viejo cauce del río Turia con el hijo de ella, Fernando. Yolanda explica que "no hay dinero ni trabajo. Nos gustaría ir a Italia, visitar Venecia, pero no hemos llegado ni a mirar en agencias de viaje. Tendríamos que usar la tarjeta del banco y luego estar pagando el viaje todo el año. La prioridad son los hijos, lo demás está en segundo plano".

Pedro abandona el balón y se acerca para añadir que pasan "los días en el río, paseando, un helado, una coca-cola. A veces vamos a la playa, aunque en tranvía porque es más barato, y cuando tenemos algo de dinero nos vamos al cine".

Un poco más adelante, en el mismo jardín del río Turia, se encuentran Djaafar, Miriam y a sus tres hijos David, Jazmín y Naima, la mas pequeña. Disfrutan de un día de pic-nic. La mantita, la comida, algo de beber y la sombra de los pinos del parque, hasta pueden oír a las chicharras. Desde aquí abajo no parece el centro de una gran ciudad. Pero lo es. Djaafar es inmigrante argelino, uno de los colectivos más afectados por la crisis y, por lo tanto, por la ausencia de vacaciones. No tiene trabajo fijo aunque ayuda al padre de Miriam vendiendo juguetes en las ferias de los pueblos.

Ellos tampoco pueden abandonar la ciudad pero intentan disfrutar de ella. La playa, el río; el río, la playa. Dos opciones, dos destinos este verano. Sacan a los niños todos los días "así se cansan" y a veces van a pasar el día a Llíria, donde los padres de ella tienen una caseta. Para el año que viene confían en haber ahorrado lo suficiente para poder volver a Argelia. "Allí todo es más barato", explica Miriam.

Trabajo fijo y renuncia estival

Pero el verano sin vacaciones no es patrimonio únicamente de parados, jubilados o inmigrantes. También, según los datos extraídos de la encuesta Randstad, un 35% de las personas que en la actualidad tiene un empleo reconoce que este verano no pueden permitirse unas vacaciones.

Este es el caso de Pepe, portero de una finca y algo menos que mileurista. Cuenta que ha renunciado a las vacaciones para poder subsistir. El dinero extra de este mes de asueto en el calendario laboral, pero que a él le pagarán sin disfrutar porque seguirá trabajando, le permitirá llegar con un poco de soltura hasta el mes de octubre. Tiene que hacerse cargo de un hermano con una minusvalía del 80% sin ningún tipo de ayuda de la Administración y, además, afrontar muchos pagos, "como todo el mundo", afirma. Aún así reconoce que no puede quejarse: "Claro que me gustaría ir de vacaciones, a una casa rural en los Pirineos. La naturaleza es mi sueño. Pero no puedo, no puedo... Pero no me quejo, es verdad que hay gente mucho peor que yo; yo al menos tengo un trabajo fijo".

"Turista en mi propia calle"

Los autónomos son otro de los colectivos afectados por la crisis. La época de bonanza quedó atrás y mantener en pie el negocio cada día cuesta más sacrificios. Eso cuenta Julia, la propietaria de una pequeña empresa de accesorios para lámparas a la que la crisis inmobiliaria y el dinero que le debe la administración han dejado sin margen para las alegrías.

Sentada en una terraza de la plaza de la Virgen y saboreando un té helado, cuenta que su situación económica no le permite ningún viaje. "Este verano me dedico a pasear por las calles, no me gusta la playa, así que aprovecho las tardes para disfrutar de alguna merienda, volver a ver los monumentos y visitar otra vez los museos. Las personas no conocemos la ciudad en la que vivimos". Mientras paga al camarero, recuerda las terrazas de París o los paisajes de Italia, de donde era su marido. "Ahora disfruto de orientar a los visitantes cuando me preguntan y, si puedo, les acompaño en su recorrido. ¡Me encanta sentirme turista en mi propia calle!".

Mayte, aficionada al sol y al buceo, y propietaria de una pequeña clínica veterinaria en el centro de Burjassot. "No puedo cerrar la tienda. Siempre tengo que tener abierto para no perder clientes y este verano no puedo contratar a nadie para que me sustituya. Aprovecho los mediodías para ir a la piscina o tomar el sol en la terraza y las noches salgo con los amigos que tampoco han podido irse para tomar unas cervezas". Aún así intentó un viaje a Tenerife para 5 días. No le cuadraron las fechas, dice, y se quedó sin él.

Ahora sonríe y recuerda en voz alta las playas de Eivissa o los días de buceo entre los corales, mientras mira el mar.... de asfalto.