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Con Víctor Luengo en el barrio de Morvedre

"De la calle Lérida al río a jugar, así recuerdo mi infancia aquí"

Víctor Luengo, excapitán del Valencia Basket, destaca del barrio de Morvedre el aire de «pueblo» que aún conserva, las relaciones entre los vecinos de toda la vida y la proximidad con el viejo cauce del Túria donde disfrutó de pequeño

"De la calle Lérida al río a jugar, así recuerdo mi infancia aquí"

Víctor Luengo Císcar (Valencia, 1974) empezó dándole patadas a un balón de fútbol, que cambiaría después por uno de balonmano para más tarde triunfar con una pelota de baloncesto. Andaba bien servido de altura cuatro centímetros le separan de los dos metros y de carácter. En una niñez que recuerda «muy feliz», en apenas unos minutos salvaba las calles Lérida y Visitació, más la avenida Plà de la Saïdia para bajar a jugar al balompié en el viejo cauce del Túria, donde recuerda haber pasado «muchas horas» también de su adolescencia.

«Cruzaba la calle y el río era mi vida», enfatiza con añoranza. Le acompañaban su hermano Nacho, un año menor, y Fox, un fox terrier que se ajustaba a los arquetipos de su raza. «Iba a la suya», ironiza. Luengo destaca de su barrio, Morvedre, «la tranquilidad» y «la vida de vecinos» que se hacía en aquella época.

«Ahora es más complicado, pero la gente se sigue conociendo casi toda», explica mientras levanta un pequeño revuelo entre un grupo de estudiantes que sale del Colegio de la Santísima Trinidad. Trajeado, con gafas de sol y barba en su justa medida, posa para el fotógrafo mientras alguien pregunta al fondo si se trata del rodaje de algún espot publicitario.

Luengo, símbolo de la época más brillante del entonces Pamesa Valencia, vivió en la calle Lérida hasta independizarse. «Me acuerdo de ir caminando a todos los sitios donde me enviaban», desgrana. «Iba al Forn Visitació, que aún está, a por el pan y los cruasanes todas las mañanas. Prácticamente todo sigue igual, incluso la Autoescuela Zaidia, donde me saqué el carnet de conducir», apunta.

Su madre, jubilada hace unos meses, era profesora en Trinitarias. «Cuando era pequeño sólo era para chicas, por lo que tuve que marcharme a Escolapios, perdiendo esa ventaja de tener la escuela al lado de casa», señala. El colegio, a unos metros del piso familiar, «da mucha vida y juventud» a una zona «ahora con gente más mayor». Aún recuerda como si fuera ayer la construcción de Nuevo Centro en Campanar en noviembre de 1982 y lo que supuso para la barriada. «Era algo tan novedoso que entonces para nosotros era el no va más», relata entre risas.

El punto de encuentro lo fija este deportista, ahora relaciones externas del Valencia Basket Club, en la gasolinera situada a unos metros del famoso arco del Molí de la Torreta, y que da nombre al surtidor más conocido de la ciudad. Los padres de Luengo, José Alfredo y Mari Carmen, se suman a la visita por el barrio. Entre todos hacen memoria para explicar el verdadero origen de la construcción que algunos erróneamente confunden con los restos de las murallas de Valencia.

«Es lo que queda del portal de entrada a una finca que tenía un molino, creo», señala Luengo. En realidad, uno de los monumentos más reconocibles de la Saïdia procede de un molino harinero que se hallaba en el vecino barrio de Les Tendetes, en Campanar. El edificio estaba rematado por una vistosa torre de tejado piramidal, de ahí su nombre. Así lo explica una placa cerámica en el monumento: «Soc l'arc del Molí de la Torreta. Tendetes».

Del rey andalusí Zayd

También el nombre del distrito, La Saïdia, tiene su «intringulis». Proviene del palacio que tuvo el rey andalusí Zayd en el emplazamiento en que posteriormente se construiría el monasterio cisterciense de Gratia Dei. A mitad del siglo XIX, pocos años después de su destrucción, fue reconstruido. Un siglo después, el monasterio fue derribado definitivamente años sesenta, con una consecuencia directa: la mayor extensión de una barriada «tranquila, con mucho comercio pequeño, y las ventajas que ello comporta de calidad de vida y cierta tranquilidad».

«Tienes acceso a todo a pie, no necesitas coger el coche», comenta Luengo. «Nuestro piso, además, da al patio interior del colegio de las Trinitarias, por lo que siempre había mucha tranquilidad cuando acababan las clases», recuerda. En él viven aún sus padres desde hace 42 años. Cuando se le pregunta por lugares para visitar piensa automáticamente «en el monumento a Nino Bravo, pero sobre todo en la casa-museo de Concha Piquer». Ubicada en la misma vivienda donde nació la mítica artista, se trata de un inmueble construido hacia 1900, en la típica vivienda de planta baja y piso único que aún quedan por el barrio confiriéndole un particular encanto. «Es una calle que recuerda mucho a las de pueblo, no parece que esté casi en pleno centro de Valencia», comenta Luengo.

No hace tantas décadas esta demarcación era considerada las afueras de Valencia. «También se puede visitar la escultura de Nino Bravo», apunta Luengo. Aunque el cantante nació en Aielo del Malferit vivió desde muy pequeño en esta barriada conocida también popularmente como Sagunto. Un busto del artista se levantó en el parque de la calle Lérida, además de una placa conmemorativa donde residió hasta casarse, en el número 31 de la misma vía.

Declive del San Pedro Nolasco

Si algo le provoca un punto de nostalgia es el declive del mercado de San Pedro Nolasco. «Apenas quedan unas paradas, que abren solo unos días. Antes había mucha vida alrededor de ese foco comercial, que se ha ido perdiendo con el paso de los años. Son imágenes de esas que te quedan de pequeño. Había productos siempre frescos y de buena calidad. Creo que es de las pocas cosas que echo de menos, porque el resto está prácticamente igual», confiesa Luengo, que aún transita por estas calles todos los días.

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