El pasado 27 de octubre se llevó a cabo la tercera de las Jornadas de Patrimonio Industrial Valenciano, organizadas por la Asociación de Patrimonio Industrial (Apiva) y la Asociación de Memoria Industrial y Movimiento Obrero (Amimo). Y el 29 y 30 tuvieron lugar los Diálogos de Arquitectura y Empresa, con participación de importantes firmas de arquitectos y empresas de construcción de la región.

Como fuimos pocas las personas que tuvimos la oportunidad de asistir a ambos eventos y la energía generada en ellos es de alto voltaje, vale la pena conectarlas desde la privilegiada tribuna de este diario, con el propósito de propiciar sinergias positivas, aún a riesgo de producir un pasajero corto circuito. Para ello es preciso señalar el contexto común de ambas iniciativas y sus diferencias y coincidencias en forma y contenido.

Si la jornada fue en el Aula Magna de la Universitat de València, el diálogo tuvo lugar en los magníficos espacios del Palacete Condes de Alpuente, en la calle Caballeros. Y si en la mesa de la primera estaban tres mujeres y tres hombres, con una media de 25 años de edad, la del segundo estaba copada por quince hombres, con una media de 45 (calculadas a ojo). Si las coordenadas de espacio indican un rico pasado histórico, las de tiempo evidencian un lamentable déficit que las nuevas generaciones parecen decididas a superar. Pero el cruce de ambas con la quinta dimensión, la de los valores humanos de la justicia, la igualdad y la paz que aúna la fraternidad, y los necesarios criterios de transparencia, innovación social y desarrollo sostenible, podría prefigurar una promisoria utopía.

Aunque el primer evento podría haber sido convocado hace 10 años, porque se refería a valiosos patrimonios industriales como la fábrica de papel en Ibi, las de cerámica en Onda o la Ceramo y las naves de Demetrio Ribes en Valencia, que vienen siendo reinvindicados desde hace décadas; el segundo era impensable porque las firmas profesionales y empresas de la construcción estaban inmersas en la burbuja inmobiliaria y los grandes eventos, ajenas a la crisis que estaban ayudando a gestar, en el marco de las mortales fantasías del capitalismo financiero y en complicidad con el sistema de corrupción instalado en la región desde mediados de los 90.

Pero las crisis globales y el cambio de autoridades que los ciudadanos y ciudadanas hemos hecho posible con nuestro voto el pasado 24 de mayo, parecen haber acercado la arquitectura de marca y las grandes empresas al patrimonio y a la sociedad; aproximación que puede ser débil o sólida, eventual o permanente, dependiendo de lo que decidamos el próximo 20 de diciembre y de lo efectiva que sea la participación ciudadana en todos y cada uno de los ámbitos que afectan la vida de las personas; desde la escala micro (de la vivienda, la acera, el árbol o la bici) a la macro de las grandes infraestructuras territoriales.

En cualquier caso, en ambos eventos hubo vislumbres de la aludida sinergia entre todas las dimensiones: en el primero, por las lógicas propuestas de uso de edificios industriales reciclados, con la opción, por ejemplo, de que la dotación deportivo-cultural que reclaman los vecinos y vecinas de Russafa sea en las naves aledañas a la calle Filipinas y que el centro de I+D+I que sirva para visualización y coordinación del Sistema Valenciano de Innovación se ubique en las naves 1, 2 y 3. Y, en el segundo, por las referencias a Natzaret como el barrio más castigados de la ciudad por la expansión del puerto; al papel estratégico de la universidad en la sociedad del conocimiento o del Parque Central a nivel de toda la Comunitat Valenciana; y a la necesidad de una calificada oficina del centro histórico o de un reconocimiento y re-sentimiento de Valencia como área metropolitana.

Es posible que este artículo tenga un menor rechazo por parte de los grandes despachos y empresas que el publicado en febrero de 2008 contra el circuito urbano de la Fórmula 1, titulado Ciudad y velocidad. ¡Sería un síntoma de que la sinergia polidimensional funciona!