A las 23:00 horas comenzó a escucharse en la calle el rumor lejano de un objeto metálico siendo golpeado de forma reiterada; con el paso de los minutos el ruido de los golpes se fue haciendo cada vez más próximo y más intenso: era evidente que se trataba de una cacerolada. La última vez que ocurrió algo similar en Valencia fue en 2003, cuando miles de ciudadanos indignados contra la guerra en Irak manifestaban su protesta. Seguro que al escuchar la algarabía, algunos pensaron que se trataba de una nueva muestra de repulsa contra alguno de los muchos crímenes que se cometen en el mundo. Pero esta cacerolada es — por ahora— la última forma de protesta de los vecinos de Valencia que, frustrados e indignados, no saben ya qué hacer para dormir y acabar con el botellón.

Resulta increíble que en pleno siglo XXI y en una ciudad civilizada se haya convertido en costumbre un fenómeno salvaje como el botellón. Es incomprensible que durante tanto tiempo el Ayuntamiento lo haya tolerado y los vecinos lo hayan aguantado. Por asuntos relativamente menores se escuchan en los medios críticas y llamamientos para acabar con conductas atávicas que hoy resultan denigrantes.

Con el cambio de gobierno municipal a mitad de 2015 nació la esperanza de que los nuevos ediles tuvieran la suficiente sensibilidad y capacidad para acabar con los gritos, la música atronadora, las peleas, las botellas rotas, los vómitos y meadas, los jardines y bancos pisoteados. Cabía esperar que los nuevos responsables de la cosa pública entendieran que esto no es cultura, ni un fenómeno de la naturaleza, ni un castigo por tener una vivienda en una «zona con marcha».

En el terreno de los hechos, pocas cosas han cambiado en estos últimos meses. Los vecinos están cansados de hacer llamadas estériles a la Policía a cualquier hora de la noche, pero no han tirado la toalla, porque esta es una de esas batallas que hay que dar hasta ganar cueste lo que cueste, porque es de razón y justicia hacerlo. En esta nueva etapa la protesta se ha iniciado colgando carteles en los balcones reclamando el deseo a poder dormir y manifestando la repulsa al botellón. Las cacerolas han vuelto a tronar para transmitir el hartazgo de tantos ciudadanos. ¿No es lamentable que se haya llegado a una forma de denuncia que se ha usado en el pasado ? Señores del Ayuntamiento, ¿hasta dónde habrá que ir para que en Valencia se respete el derecho básico de dormir, se devuelva la decencia a las calles y el sosiego nocturno a los ciudadanos?