son oficios que prácticamente han desaparecido, aunque uno de ellos todavía tiene supervivientes que tienen un rango más selecto que el que comentaremos. Nos referimos primeramente a los antiguos limpiabotas, que así eran conocidos, aunque su mayor actividad estaba en la limpieza de los zapatos de sus clientes, a veces fijos y habituales, a menudo accidentales. Eran trabajadores ambulantes que marchaban con una caja en la que llevaban las cremas, tintes y trapos, y consigo también portaban una banqueta en la que se sentaban para realizar su cometido.

¿Dónde trabajaban? Variaba el lugar. A veces, aprovechaban bancos públicos, donde el cliente se sentaba para que se le arreglase el aspecto del calzado. En otras ocasiones, entraban en bares o peluquerías, y allí ofrecían este servicio a quienes tomaban un café o se arreglaban el cabello.

Los había que ya eran conocidos en las barriadas, y los clientes sabían aproximadamente a qué hora y día pasaba el «limpia» para así aprovechar sus servicios. Los limpiabotas sabían perfecta y rápidamente quitar el polvo o el barro del calzado, teñirle con su color y sacarle brillo con crema. Solían colocar unos trozos de cartón o incluso de piel entre el pie y el zapato, y así evitar que se manchasen los calcetines. Y por una pequeña cantidad de aquellas pesetas -o incluso un pellizco de céntimos- salía el cliente con los zapatos como seminuevos.

Hoy, en nuestras casas tenemos ya suficientes cepillos y ungüentos para asearnos el calzado antes de salir a la calle. No es frecuente -es prácticamente nula- la presencia de limpiabotas en las calles o establecimientos.

Lo que era muy habitual -recordemos las escaseces de aquellos tiempos- fueron los zapateros remendones. No teníamos en los armarios de casa varios pares de zapatos, adaptables a cada momento o circunstancia. En aquellas décadas -hablamos de hace más de medio siglo- el calzado se estropeaba a menudo, y era frecuente acudir al zapatero para que colocara medias-suelas y tacones, porque en la base de los zapatos se habían producido agujeros o roturas distintas. El zapatero clavaba la parte delantera de la suela nueva, así como el tacón en la trasera. Aún había más: se clavaba muy a menudo una pequeña plancha metálica, en la parte delantera de la suela, sujeta con pequeños clavos, que evitaban que cualquier roce o tropiezo rompiera esa punta.. Tal chapita, equiparable -no en tamaño- a una herradura equina, quedaba en la parte baja delantera del pie, y salvaba cualquier tropiezo.

Hoy el zapatero remendón ya no es frecuente. Siguen existiendo -sí- algunos establecimientos para reparación del calzado. Pero -¡ojo!- ni son remendones ni acudimos por necesidades imperiosas. Los tiempos han mejorado mucho.