La FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, también tiene sus Días y sus Años. Hemos llegado a un periodo de la historia de la Humanidad que cuando los seres humanos se levantan de la cama para ir a trabajar „en el caso de que tengan la fortuna de tener trabajo„, se enteran de que es el Día Internacional de Los Animales de Cuatro Patas, el Día Internacional de la Lucha contra las Hemorroides, el Día Internacional de la Bicicleta, el Día Internacional del Hombre Calvo, o el Día Internacional de los Niños de Pecho.

En ocasiones no es internacional, sino nacional: El Día de la Dieta Responsable, el Día de la Solidaridad Transexual, el Día de la Visibilidad de los Perros y Gatos o el Día de la Memoria Histórica. Por cierto, a mi abuela paterna, Carmen Llorens Valls, ama de casa, la asesinaron, en 1937, unos pistoleros de la FAI, a cuyo mando estaba uno de Burjassot, llamado el «Cheneral». La pobre tenía 64 años. Y era apolítica.

«Si quieres echar buenos garbanzos en tu puchero, siémbralos en enero». Un bonito refrán que nos sitúa en el Año Internacional de las Legumbres, patrocinado por la FAO. Pretende así la divulgación pedagógica de sus ventajas en el ámbito de la nutrición, la salud, la seguridad alimentaria y, naturalmente «la agricultura sostenible». Sostenible, vocablo mágico, políticamente correcto e instaurado para que, un día de éstos, se proclame el Día Internacional del Papel Higiénico Sostenible.

Escribe Almudena Villegas Becerril que «el hambre es una sensación dolorosa que impulsa a los seres vivos a moverse para comer; es diferente al apetito». Efectivamente. La historia de la Humanidad es la de las hambres, una historia plagada de hambrunas, guerras, tiempos de escaseces (tras la guerras siempre las hay), desastres naturales, sequías, imperialismos, etc.

Recuerdo que mi padre no soportaba comer lentejas cuando terminó la Guerra Civil, y eso que mi madre sabía cómo cocinarlas. Su aversión tenía una causa: había comido demasiados kilos, por necesidad, durante la guerra y la posguerra. Tal estado de ánimo lo reflejan varios refranes populares: «¿Si tienes pan y lentejas, por qué te quejas?»; «lentejas, comida de viejas»; o «lentejas, si quieres las tomas y si no las dejas». Quien las dejaba, no comía nada.

Me gustan mucho todas las legumbres „a pesar de la FAO„, incluidas las lentejas. Néstor Luján se refirió a las lentejas así: «La humilde, sabrosa y calumniada lenteja es una legumbre muy denostada, pero que ha tenido una enorme importancia en la alimentación humana de todo Occidente».

El garbanzo, otra legumbre hoy generalmente menospreciada por los «hipster», los «foodies» y los/las adictos a la comida basura, es, de antiguo, una de las espinas dorsales de la cocina española. Es de origen cartaginés. Ellos la trajeron a la Península Ibérica.

Los romanos, tal vez por rivalidad regional, lo despreciaban. En los suburbios de la Roma Imperial se exhibía a un esclavo cartaginés, con cara de tonto, comiendo garbanzos. Es una legumbre muy española, imprescindible en cualquiera de los diversos cocidos hispánicos. Como la lenteja, fue siempre alimento de las personas humildes. Según el refranero popular, «el garbanzo, para ser bueno, ha de tener cara de vieja y culo de panadera».

Todas las legumbre contienen cualidades nutritivas y dietéticas; y fibra para aliviar el intestino. El romano Apicio, nacido en el siglo I d.C., en su libro «De Re Coquinaria», adjunta varias recetas de habas, otra soberbia legumbre. «Las habas de abril, para mí; las de mayo, para el caballo». El refrán exagera un poco.

Moraleja: hay que comer más legumbres. No olvidemos los guisantes, las alubias, los altramuces, los frijoles, los cacahuetes. Hasta la más peculiar de todas la habichuelas: el frijol mexicano saltarín, la semilla de un arbusto que contiene la oruga de una mariposa.