El clima de polarización que se vive en el Congreso de los Diputados, sobre todo, desde la llegada de determinados políticos que utilizan el atril para lanzar discursos xenófobos y racistas, cargados de violencia, no solo dialéctica, sobrepasa muchas veces las palabras y llega a la calle en forma de violencia física, como le ha ocurrido al ex acalde de Ponferrada, el socialista Olegario Ramón que ha sido agredido por un grupo de ultras.

Las manifestaciones contra la sede socialista de Ferraz alentada desde Vox y secundada por el PP, con la excusa de la Ley de Amnistía no han hecho sino exacerbar los ánimos.

Lo ha hecho Vox y lo ha hecho también la extrema izquierda de Unidas Podemos, rodeando el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía popular. Son actuaciones absolutamente reprobables en una democracia en ambos casos, donde todas las ideas tienen cabida, siempre que no se ejerza la violencia para imponerlas.

Es el mismo populismo de Donald Trump que llevó a sus seguidores a asaltar la Casa Blanca, en el mayor atentado que ha sufrido la principal democracia del mundo.

Máxima condena a las agresiones violentas y máximo rechazo a los populismos que las alientan.