Cincos días nos ha tenido en vilo el presidente del Gobierno Pedro Sánchez para finalmente decidir que se queda y no dimite. Volvemos al mismo punto de partida en el que estábamos, pero con un Gobierno más débil.

Sánchez tenía que haber dimitido y convocar elecciones o haberse sometido a una cuestión de confianza para ver si todavía cuenta con los apoyos parlamentarios de la investidura. Pero ni una cosa ni la otra. Salir para decir que se queda es puro teatro.

Quienes pensaban que no sería capaz de utilizar a su familia, aquí tienen la muestra de cómo un presidente del Gobierno por puro tacticismo político es capaz de utilizar todo lo que esté a su alcance, con tal de mantenerse en el poder y, además, decir que el pueblo se lo ha pedido.

La carta que tantas emociones ha despertado entre la militancia socialista y medios ad hoc obedece a una clara estrategia política de cara a las elecciones catalanas y europeas que busca crear adhesiones en torno a su figura política. Puro caudillismo.

Ausente durante cinco días, reaparece en La Moncloa para culpar a la oposición de ser los únicos responsables de la crispación y erigirse en el Mesías que viene a salvarnos de los que quieren acabar con la democracia. 

A Pedro Sánchez se le ha pasado el berrinche que cogió, tras encerrarse en su palacio para meditar después de que un juez abriera diligencias contra su mujer por un presunto delito tráfico de influencias después de que un sindicato, el mismo que, por cierto,  presentó una denuncia contra el PP por el caso Bárcenas, interpusiera una denuncia contra la esposa del presidente, Begoña Gómez. Informaciones publicadas por  los compañeros de El Confidencial que no han sido desmentidas. Eso sí, les ha faltado tiempo para tildar a los periodistas y a los medios de comunicación que no sirven a los intereses de Sánchez de ser propagadores de bulos y noticias falsas. Un nuevo ataque a la libertad de prensa que no atraviesa por su mejor momento. Si Begoña Gómez considera que las informaciones que se han publicado sobre su persona son falsas, lo único que tiene que hacer es ir a un juzgado y presentar una denuncia, como haría cualquier ciudadano. Tan sencillo como eso. La escenificación que se ha montado en torno a este caso, sobra. Y lo que han faltado son explicaciones sobre esos contratos en los que presuntamente medió o intercedió la mujer del presidente Sánchez. Entre las funciones de la mujer del presidente que yo sepa no figura intermediar entre empresas que han sido rescatadas con dinero público.

La libertad de expresión no da derecho a difamar a nadie ni a propagar bulos y cuando esto ocurre para eso están los tribunales de Justicia. Hasta donde yo sé, la mujer de Pedro Sánchez no se ha querellado contra estos medios.

Sánchez ha contribuido a la degradación de la vida pública, que ahora tanto crítica, atacando a adversarios políticos en el terreno personal, si no que se lo pregunten a su peor pesadilla, Isabel Díaz -Ayuso. En su intervención ante los medios Sánchez se ha presentado como el único defensor de la democracia y las libertades frente a los que quieren atentar contra ella, o sea, el resto.

Pedro Sánchez tiene razón al afirmar que el debate público se ha emponzoñado. Pero en ese descrédito de la clase política mucho tiene que ver que dirigentes de su partido llamen asesina a Isabel Díaz- Ayuso, narcotraficante a Alberto Núñez Feijóo o sencillamente simulen con un gesto de portar una pistola entre las manos disparar a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Quien hizo esto último es ministra del Gobierno de Pedro Sánchez y nunca se ha disculpado por ello.

Pero seguimos hablando de lo mal que se porta la prensa y algunos periodistas con el presidente Sánchez. Nos olvidamos fácilmente de lo que tuvieron que soportar otros.

De una manera u otra todos han contribuido a que esa máquina del fango a la que se refería Pedro Sánchez se extienda en la política española. No hubiera estado de más en el texto que ha leído, sin periodistas ni preguntas,  alguna referencia a la oposición también a Vox para rebajar el clima de crispación. Si era el momento de una nueva etapa en la política española no hubiera estado de más que hubiera atendido a las preguntas de la prensa.