Como de todo lo malo se puede sacar algo bueno, también de la cuestión catalana podemos extraer consecuencias positivas. Hemos visto a la España silenciosa salir a las calles, colgar, despojándose de los prejuicios, la bandera de todos.

Aun así, esta defensa de los símbolos no será eficaz mientras no sea verdaderamente patriótica. No lo es porque no se sustenta en aquello que une a la patria: el amor por la propia cultura e historia. Es un patriotismo constitucional. Basta escuchar a cualquiera de los políticos unionistas: la unidad de España es defendida desde argumentos legalistas. No se defiende España, sino la Constitución.

El patriotismo nunca será verdadero mientras no sea histórico. Es precisa una reforma educativa que incluya una ampliación de las horas de Historia de España que se imparten en las escuelas. Es inaceptable que los estudiantes del Bachillerato, en la Comunitat Valenciana al menos, sólo deban estudiar los siglos XIX y XX. De esta forma, conocen, tan sólo, estos dos siglos en que España se divide, llegando a la guerra civil hasta en cinco ocasiones. No se enseña, sin embargo, el origen de España y los principios en que se ha sustentado siempre nuestra nación, ni las aportaciones riquísimas de España a América y al mundo entero. Mientras no se enseñe mucha y rigurosa historia y no se difunda el conocimiento de nuestro pasado y de los valores de España, no habrá unidad posible. Sólo así todos los pueblos de España, en su riquísima diversidad, se unirán en torno a la bandera roja y gualda, sintiéndola como propia.