Todo humano ha pasado por la dura experiencia de la tristeza, el vacío existencial que deja la pérdida de un ser querido, de una ruptura, de un fracaso. Noches y días preguntándonos si la vida podría haber sido diferente, si podríamos haber cuidado mejor a esa persona, o sí podríamos haberle dicho cuán importante era para nosotros por última vez. Y todo este vacío mientras miras las historys de Instagram, viendo en cada foto y en cada vídeo la felicidad de los otros, envidiándolos, queriendo estar en su lugar en ese momento, y pensando que el único ser infeliz en este mundo eres tú. ¿Cuántas veces nos ha pasado? Más de las que podemos recordar. Tuve la suerte de encontrar una solución a este problema tan común en nuestras vidas; la lectura. En un mundo donde, como decía Lyotard, el modo hegemónico de pensamiento es el narcicismo, encontrar personas dispuestas a compartir tus penas es cada vez más difícil, y más difícil es ver a las personas compartir sus tristezas. No sentimos la infelicidad momentánea como algo natural, sino que es una excepcionalidad en esta sociedad, donde todo el mundo aparenta ser feliz. La lectura es la solución porque nos sentimos reflejados en la infelicidad de esos personajes ficticios, que muchas veces resultan más reales que las personas de carne y hueso. Vemos que la tristeza forma parte de nuestra existencia, y que siempre volverá la felicidad a nuestras vidas. Vemos en el papel y sentimos en el olor de las páginas lo que no debemos en la vida real; la autenticidad de las personas.