La mirada me devuelves
sin mediar una palabra,
manteniendo la distancia.
Apelando a la esperanza
la lucha en cuerpo y alma
vencerá cualquier batalla.
Parecía que la vida no le daba tregua. Desde la infancia acumulaba
desgracias en el cajón de su mesilla de noche.
Había llegado a Argelia hacía algunos años escapando de la miseria de
su país, España, y de su amada tierra, Valencia. Poco a poco se había
hecho un hueco en aquel lugar tan diferente. Trabajaba duro, se casó y
tuvo un hijo.
Cuando aparentemente todas las señales indicaban que su suerte había
cambiado, el infortunio volvió a visitarle y enfermó. Pasaban los días,
las semanas, los meses y seguía en la cama buscando la manera de
escapar de ella. Envuelto entre mantas y sabanas veía como sus
ahorros se escapaban por la ventana. Los médicos le recetaban
esperanza, antibióticos vía intravenosa y recomendaciones varias, previo
pago de la minuta. El practicante administraba la medicación pautada
por el facultativo, inyectando aliento a la vez que mostraba la factura a
pagar por sus servicios.
Su economía mermó tanto que se vio obligado a enviar a su esposa a
pedir dinero a un conocido, quien con recelo le entregó mil francos de
la época. Con ese dinero podrían seguir, por el momento, pagando el
alquiler del pequeño piso donde vivían, el tratamiento médico y atender
las necesidades básicas del día a día.
Con el tiempo gano la batalla a la enfermedad y como Lazaro se
levantó y anduvo. No tardó en ponerse a trabajar, su objetivo prioritario
era devolverle a aquella alma los mil francos, no fuese que en el futuro
se viera en la necesidad de acudir de nuevo a él. Cuando reunió el
dinero, se presentó en su casa y tras agradecerle su ayuda le devolvió
lo prestado.
Trabajó de día y de noche si era necesario, pues al finalizar su jornada,
realizaba pequeños trabajos por su cuenta, aprovechando un rincón
desocupado del taller y que el dueño le permitía usar a cambio de una
comisión de lo que facturara. Poco a poco fue proveyéndose de su
propia herramienta, adquiriendo experiencia y ganándose a la clientela.
Llegó el momento que anhelaba, dio un paso al frente y abrió su propio
taller con el dinero que tenía guardado fruto del trabajo y de una vida
austera. Su norma número uno fue: Cumplir con el plazo de entrega de
los trabajos pasara lo que pasara. La clientela fue en aumento, contrató
empleados y sintió que la prosperidad llamaba a su puerta.
El negocio se afianzó, y por fin se pudo permitir unas vacaciones. Así
que cogió a la familia y salieron a primeros de un mes de agosto hacia
España. Conoció por primera vez a su suegro y a parte de su familia
política. Su llegada al pequeño pueblo fue sonada, no acostumbraban a
verse demasiados coches por allí en aquellos tiempos.
Terminaron las vacaciones, regresaron a Argelia y la vida siguió su
curso. Al año siguiente y los que le sucedieron sus vacaciones fueron
idénticas. Cada año venía con parte de los francos ganados y compraba
campos de naranjos, dejándolos a cargo de un familiar con quien se
partía las ganancias de la venta de las naranjas.
El 1 de noviembre de 1954 un grupo guerrillero del Frente de
Liberación Nacional de Argelia atacó a militares y civiles en toda
Argelia, "Le Toussaint Rouge" ("Día de Todos los Santos Rojo") y
comenzó la guerra de la independencia de Argelia.
Él sabía que aquella guerra no podía acabar bien y se apresuró en su
afán de invertir en España. Compró un solar donde tenía pensado
levantar un taller y un huerto pegado a una carretera nacional donde
pensó que tal vez podría instalar una gasolinera.
En al año 62 a punto de acabar la guerra y de que Francia reconociera
la independencia de Argelia, tuvo que abandonar aquel país e instalarse
en Valencia.
Una vez en España no levanto el taller y tampoco la gasolinera, se
dedicó a la agricultura de la que viviría el resto de su vida. Sus hijas
se casaron, vinieron los nietos y pasaron los años. Al poco de jubilarse
comenzó poco a poco a vender las tierras y se sintió orgulloso de lo
que había conseguido. Contaba a sus nietos como había salido de España
siendo solo un niño con una mano delante y la otra detrás. Que si
estaba como estaba era gracias al trabajo y al esfuerzo. "Del trabajo
sale todo" les solía decir. También trataba de inculcarles la importancia
del ahorro: "el que guarda cuando tiene, come cuando quiere". Aquellos
mismos razonamientos, del mismo modo, trato de inculcar a sus
biznietos. Y así a la edad de 100 años se marchó de este mundo. Aquel
día al pie de la cama se encontraban sus hijas, yerno, nietos y nietas.
Su mujer había fallecido pocos años antes.
Muy presente tengo hoy su humilde historia. Allí en Argelia en la cama,
enfermo, desafió a la muerte y le ganó la partida. Como ave Fénix
renació y legó una gran lección. Rendirse no es una opción, no hay
victoria sin lucha. No hay vida sin esperanza.
En un cofre está encerrado
un tesoro de cien años.
Lealtad, principios
que el tiempo ha forjado.
En un cofre barnizado
queda el cuerpo despojado,
de todos aquellos besos
mezclados con abrazos.
El cofre ahora lo guardo
en lugar privilegiado,
en mi corazón lo tengo
pues nunca podré olvidarlo.