11.30 de la mañana. Finca de San Josep, Almassora. Una fila de «collidors» serpentea entre los campos atiborrados de naranjos. Gorras de lana, pasamontañas, guantes de cuero y botas de agua embarradas. Unos se echan al hombro pesadas cajas con los cítricos, otros las van metiendo en las furgonetas. Frío, silencio y olor ácido, olor a naranja. Pisadas y algunas voces que salen de los bancales. Son como una colmena laboriosa que no para de producir, una colmena que tiene algo en común. Todos han llegado de muy lejos, todos son paquistaníes. Uno de ellos se sienta al borde de la acequia y saca un pitillo de la cajetilla, que ofrece amablemente. El agua del pequeño canal pasa bajo sus piernas.

En los últimos meses, numerosos inmigrantes paquistaníes se han establecido en Castelló, quizás huyendo de las inundaciones del pasado año, que provocaron miles de muertos y el peor desastre natural que se recuerda en la zona. Las cifras oficiales hablan de un censo oficial de 300 ciudadanos de ese país en Castelló, aunque el número podría superar los 500. La mayoría de ellos dispone de documentación en regla pero otros han caído en manos de las mafias que falsifican papeles, como esos dos cabecillas de Vinaròs detenidos hace unos días por explotar a 71 paquistaníes.

La red mantenía hacinados a los trabajadores en tres pisos y les cobraban 120 euros a cambio de un viejo colchón.

El grupo de Almassora está formado por una treintena de inmigrantes y llega de diversos puntos de Pakistán, el sexto país más poblado del planeta, con más de 180 millones de habitantes, la mayoría musulmanes. Los que se han afincado en Castelló de La Plana son en su mayoría originarios de la zona del Punjab.

Zafar Iqbal, 37 años, 7 en España, casado y padre de cuatro hijos. Cree que lo único que quieren sus compatriotas es trabajar en condiciones humanas. «Sí, trabajar cada día. No queremos descansar, sólo ganarnos la vida aquí en Zaragoza o en Lleida», asegura.

Zafar trabajaba como agente de policía en Gujrat, una localidad situada en el centro del país. Ganaba no más de 300 euros al mes y tuvo que ver de todo, así que acabó haciendo el petate y emigrando a Europa para empezar una nueva vida. Ahora gana el doble y tiene seguridad social. «Meter a 50 o 60 personas en una vivienda es inhumano. ¿Cómo pueden vivir así? Esas cosas hay que denunciarlas», espeta.

Zafar asegura que el riesgo de caer en las manos de los mafiosos que venden permisos y contratos de trabajo falsos es real. «Hay muchos que ofrecen esos contratos a cambio de mil euros y algunos aceptan porque los necesitan. Es un error», alega.

«En nuestro país no teníamos nada, aquí al menos podemos comer», explica otro de los collidors. Llegó a España huyendo de las inundaciones que asolaron Pakistán el pasado año. Miles de personas murieron en uno de los mayores desastres naturales de la década y cientos de miles quedaron sin casa, sin familia y sin trabajo. El cataclismo ha abocado a muchos paquistaníes a buscarse la vida en otro lugar. En países como Reino Unido las colonias de paquistaníes son numerosas y aunque en Castelló apenas hay un puñado de ellos cada vez son más los que llegan. Este fenómeno migratorio se ha registrado también en otras provincias españolas como la Rioja, donde más de 200 familias han llegado «vía reagrupamiento» en el último año.

«¿Papeles? Claro que tenemos papeles. No sabemos nada de mafias», dice mirando a otro inmigrante, éste de origen magrebí.

5.30 de la mañana. Vinaròs. Un grupo de extranjeros, algunos de ellos paquistaníes, espera a que una furgoneta los recoja y los lleve a trabajar, como collidors, a los campos de naranja de la zona norte de Castelló. «No quiero decir lo que cobro, pero es muy poco, y es lo mismo que cobran algunos compañeros de trabajo españoles que también vienen a la naranja», dice uno de ellos. El jornalero asegura que a su entender «se debería cobrar más por lo que se trabaja», y añade que «lo importante es que al menos hay un salario».

Las comarcas del norte están llenas de inmigrantes que están siendo explotados, antes en la construcción, ahora en el campo. El grupo de Almassora ha leído la noticia de que dos cabecillas de una red traficaban con paquistaníes en Vinaròs. Al menos 71 de ellos eran cruelmente explotados.