¡¡Tu también, Bruto, hijo mío!! El presidente del Partido Popular en Castelló y ex presidente de la diputación, Carlos Fabra, se siente traicionado por su delfín Javier Moliner. Fabra se resiste a dejar de ser el césar y, animado por sus más allegados, la diputada y actual pareja sentimental Esther Pallardó y el vicepresidente de la corporación provincial, Vicent Aparici, ha iniciado un camino sin retorno dirigido a contrarrestar el poder que había cedido en herencia a Javier Moliner, y con ello recuperar el control del Imperio. Su Imperio.

Atrás han quedado el congreso de Peñíscola y el nombramiento de su sucesor, acompañado por la aclamación popular como no podía ser de otra manera. Su amnesia selectiva alcanza los repetidos anuncios de abandono al rebufo de una grave enfermedad felizmente resuelta con un trasplante de hígado en Madrid. Fabra quiere reordenar la situación. Necesita seguir. De hecho no es la primera vez que reniega de esa jubilación a la que le aboca el partido.

Ya lo intentó antes de las elecciones municipales, postulándose para engrosar las listas por Castelló, aunque aquel globo sonda provocó un desaire unánime ante el riesgo de que sus imputaciones judiciales influyeran negativamente en los resultados. No cejó en su empeño y poco después amagó con el anuncio de asumir el grado de concejal no electo para salvar aquella excusa. Entonces tuvo que intervenir directamente la dirección nacional del partido, porque en un momento dado hasta el alcalde y hoy presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, parecía haber claudicado en aras de sumar la capacidad de generar ingresos de Carlos Fabra, según reconoció públicamente, un argumento que sin embargo no ha corregido la falta de inversiones del Consell durante sus muchos años, eso sí, de reivindicación de la cuota de Castelló.

Pero tampoco pudo ser y el presidente del PP en Castelló ha tenido que cambiar de estrategia ante la insistencia del llamado "búnker" del fabrismo, que vive con honda preocupación la renovación que Moliner ha iniciado en la diputación y que se teme pueda proyectarse en breve sobre el partido y le afecte de lleno a él mismo y a sus más íntimos. Por eso se comprende que ese disgusto de Fabra por la que entiende mala administración de su herencia haya encontrado la espoleta en el adelanto de las elecciones generales, y en consecuencia de los órganos de dirección del PP que se celebrarán a continuación, primero el congreso nacional, después el regional y, finalmente, el provincial, con toda seguridad durante la próxima primavera.

La pérdida del control de todo poder oficial y orgánico lo es también del económico, y en el seno del partido a nadie escapa el elevado tren de vida que siempre ha caracterizado a Fabra. De ahí su necesidad de enrocarse en la secretaría general de la Cámara de Comercio -donde además ingresará 90.000 euros anuales, el mismo sueldo que tenía como presidente de la diputación-, para desde allí pergeñar y dirigir un lobby empresarial, no ya tanto para reactivar la depauperada economía provincial que vendió a través de sus órganos habituales de propaganda, como para poder presentarse en sociedad como ese césar que siempre ha sido, y que no está dispuesto a dejar de ser sin ofrecer resistencia.

Tanto es así que ya se han producido llamadas a empresarios significativos, otrora habituales aliados y hasta soportes económicos, para recordarles que sigue mandando, presentándose como el "gran conseguidor" ante Valencia y que él es el camino de la reivindicación, arrogándose incluso la influencia de haber llevado a Alberto Fabra a la Generalitat.

En sus círculos más privados no ha dudado para ello en mostrar su decepción hacia Moliner, y hasta habría confirmado la posibilidad de presentarse a la reelección como presidente provincial del PP para subsanar los "desmanes" de aquel con una frase que hace temblar los cimientos de la calle Génova en Madrid: "Yo no soy esclavo de mis palabras", en alusión a sus repetidos anuncios públicos de abandono. Mientras tanto, Fabra sigue moviendo ficha y ya ni siquiera disimula con la contraprogramación con que combate la intensa actividad de Moliner en la diputación, y para lo que tampoco ha dudado en trasladarse a cuantas poblaciones ha podido, cuando no ha hecho desplazar a los alcaldes a su bastión orgánico en la sede del camí la Plana.

Lejos de su cada vez más reducido círculo de confianza y botafumeiro, el apego al poder de Fabra y los suyos está encontrando más rechazo que avales. Él también es consciente de ello, ya lo notó en sus otros fallidos intentos, pero esta vez no está dispuesto a ceder tan fácilmente, o al menos sin negociar a cambio. Sabe que es la última oportunidad que le queda y el tiempo corre en su contra.