En un país dado a derrotismos y caracterizado por la melancolía, el éxito de la selección de Portugal, que jugará mañana la final de la Eurocopa ante Francia, ha sacado a relucir un orgullo patrio que estaba en desuso.

Doce años más tarde de la última final en una Eurocopa -la trágica de 2004 frente Grecia, ante la que perdió en casa inesperadamente-, el humor del país es actualmente de absoluta confianza, lejos del estereotipo derrotista y resignado con el que históricamente se vincula a los portugueses.

Existe el convencimiento de que la selección ganará su primer gran torneo internacional sí o sí. Esta certeza ha empezado a aumentar los niveles de autoestima de un país con apenas 10,5 millones de habitantes que ha sufrido lo peor de la crisis económica desatada en 2010.

El alto desempleo -en 2012 alcanzó el 17 %- llevó a cientos de miles de portugueses a emigrar y los cortes salariales a pensionistas y funcionarios empobrecieron al país, cuyo Gobierno tuvo además que reducir gastos en educación o sanidad como contrapartida a un rescate concedido por la troika.

Pero la final de París ha servido como un baño de agua fría en una calurosa noche de verano. Este éxito ha aliviado, aunque sea por instantes, ese sufrimiento acumulado. Ha servido también como motivo de orgullo para el cerca de millón de luso-descendientes que viven en la sede de la Eurocopa, Francia, país al que los portugueses han emigrado en sucesivas oleadas desde los años 60. Ganarles en casa sería el colofón.

Orgullo encendido

Elisio Estanque, sociólogo y profesor de la prestigiosa Universidad de Coimbra, justifica el sentimiento de orgullo encendido por la actual coyuntura. Se trata de «un país pequeño sin gran impacto en la realidad internacional y, encima, en periodo de crisis. Es comprensible que los portugueses se identifiquen» con los éxitos de su selección y con el de su capitán, Cristiano Ronaldo, cuyos tres Balones de Oro llenaron de satisfacción a Portugal entero.

Ronaldo, tal y como José Mourinho, son dos figuras prominentes que vienen combatiendo con fuerza el estereotipo. Se tratan de «ejemplos que van a contracorriente de ese estereotipo, del portugués apático, atrasado, desconfiado, pesimista, resignado», analizó Estanque. Históricamente, Portugal ha estado asociada al fatalismo, plasmado en el estilo musical del Fado, la resignación -de origen religiosa- o la desconfianza, que deviene de circunstancias de un país periférico en Europa y que vivió una larguísima dictadura. Esta selección está mentalizada para cambiar la historia.