Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El visionario Pepito de la Pobla

Cuando Pepito Renau heredó la friolera de 6.000 duros en 1943 se compró una furgoneta y abrió un pequeño negocio en su pueblo. Sus convecinos hacían mofa de él y le decían si engancharía los aperos de labranza en el vehículo sustituyendo el aca por los caballos de tracción mecánica. Ajeno a la incomprensión que sus decisiones despertaron en la Pobla, el negocio de Pepito fue próspero y no presentaba complicaciones: él bajaba la fruta al Mercado de Abastos de Castelló y de allí subía las cuestas con productos que revendía en la tienda.

Con el paso de los años y pasada «l´època de la fam», este emprendedor quiso acometer un n­uevo proyecto: la elaboración y comercialización de «panfigo», un postre tradicional elaborado a base de higos secos prensados, almendras y aguardiente. Entonces, en la comarca del Pla de l´Arc fue famoso Fabilo, un guardia civil de Cabanes al que todos llamaban el Tío Redó o Revientacaballos por su oronda volumetría. Tal fue el contraste entre el uniformado y el resto de la población hambrienta que, sin desearlo, éste se convirtió en un tipo envidiado, incluso cuando se abrió el suelo a su paso, se precipitó entre las vigas de la crujía y quedó incrustado entre los dos pisos de la vivienda.

Así que Pepito Renau, siempre a la última, pensó en él para componer el lema propagandístico con el que haría triunfar su producto estrella: «Coma "panfigo" y se pondrá como Fabilo». Sólo fue una idea, claro, el ambiente represivo del régimen no invitada a burlarse del Cuerpo, y el tendero únicamente empleó la chanza entre los parroquianos de más confianza y en pétit comité.

Luego, el espabilado amplió el negocio y también vendió la prensa del Movimiento, pero no conforme con expender diarios, al cabo de la jornada, los volvía a requisar a sus clientes, una vez que éstos los habían leído, y así justificaba su devolución al repartidor de la zona.

Cuando el niño, hoy octogenario Ferran Sanchis, contaba con la edad de doce años recién cumplidos, a menudo frecuentó el estableciento del adelantado Pepito en la Pobla; generalmente para realizar las comandas que le encargaban en casa. Fue allí, entre las cuatro paredes del colmado, cuando Renau una mañana señaló el horizonte, justo donde la mirada se perdía entre los sacos de legumbres y las sardinas de bota, y realizó una confidencia que le quedó bien grabada al muchacho: «Xiqüelo, un dia, per estos camps, voràs volars avions».

Tuvieron que pasar décadas, tuvo que pasar Aznar y Fabra, también pasó el espectáculo bochornoso del «aeropuerto del abuelo», peatonal y sin aviones­­, pero, al fin, las palabras del visionario Pepito

se cumplieron

Compartir el artículo

stats