Las películas que narran la resaca de una gran fiesta se han convertido en un género propio. Desde la fundacional y bastante negra Very Bad Things hasta la popular saga, un poco más amable, Resacón en Las Vegas, y pasando por diversas imitaciones, algunas de ellas nacionales, todas coinciden en el planteamiento inicial. Tras una enorme juerga de la que no se sabe demasiado, los fiesteros en cuestión deben deshacer todos y cada uno de los entuertos que perpetraron la noche anterior. Así, a medida que tratan de solucionar los problemas, el espectador va reconstruyendo lo sucedido. Son películas muy apropiadas para, efectivamente, un domingo de resaca, gracias a su humor básico y su simpática acidez.

La novedad que al género aporta la recientemente estrenada Resacón en Moncloa consiste en que, mientras es Mariano Rajoy quien se ha pegado la juerga padre, es a Pedro Sánchez a quien le toca gestionar la resaca. Y no, no es una resaca cualquiera: es una resaca de Capitán General. La fiesta que se han pegado Mariano y sus colegas estos seis años no la limpia ni el Señor Lobo harto de café.

Esta pasada semana, por no ir más lejos, detuvieron a Evaristo Páramos, el orejudo excantante de La Polla Records, por hacer lo mismo que llevaba haciendo los últimos 40 años: despotricar contra la autoridad. Y por otra parte, el presidente de una fundación que se llama, miren ustedes por donde, Fundación Francisco Franco, ha salido a decir que hay que movilizarse porque una horda de marxistas quiere romper esa cosa abstracta a la que él llama España. La resaca de esta fiesta no incluye, por lo tanto, cadáveres de strippers orientales, misteriosos bebes abandonados o tigres hambrientos propiedad de Mike Tyson, no, nada de eso. Esta fiesta ha sido tan sobrehumanamente salvaje, se ha bebido tantísimo y se ha consumido una cantidad tan loca de drogas en esta fiesta que hemos viajado lisérgicamente hacia atrás en el tiempo. Y nos hemos despertado unos cincuenta años atrás, por lo menos.

Así, el principal problema no es adecentar la suite del hotel, hacerse cargo de los desperfectos, desatar al enano de la cama o pedir perdón a quien corresponda, tareas ciertamente incómodas pero asequibles; digamos que serían los daños materiales de la resaca. Pero el principal problema siempre son los daños colaterales de la resaca, como esa cuenta bancaria en números rojos, ese ignominioso secreto que llevarse a la tumba o esas relaciones rotas para siempre. Se trata de daños difícilmente reparables, al menos a corto plazo. Igual que el miedo a la libertad de expresión, el empoderamiento del viejo fascismo o la resignación a disfrutar de una verdadera democracia; esos son los cortes verdaderamente profundos, los auténticos desgarros de la era Rajoy, aquellos que todavía perdurarán una vez hayan cicatrizado las heridas superficiales y todo parezca sano a simple vista. Aquellos que nos seguirán doliendo cuando cambie el tiempo, cuando amenace tormenta.