El padre de Alejandro Zagalá no vio el partido del ascenso. «Se pone demasiado nervioso, le hubiese dado un infarto». Se guió por los ruidos de la calle. Cuando escuchó una traca lo tuvo claro. Salió de casa y se plantó en la fiesta de Castalia. Lo cuenta Lourdes Lázaro, la madre del guardameta del CD Castellón. Zagalá fue clave en el cruce final con el Portugalete con paradas decisivas en la ida y en la vuelta. «Ser madre de portero es casi peor que ser madre de torero», bromea. El pasado domingo en Castalia culminaron muchos años de trabajo, deporte y sacrificio. Las ilusiones individuales y colectivas desembocaron en una recompensa inolvidable. Así vivieron el ascenso las familias de Alejandro Zagalá, David Colomer y Jordi Marenyà.

Lourdes Lázaro. Familia de Zagalá

«Mi marido se pone muy nervioso y no va a los partidos. Calculó la hora del descanso y se conectó a internet a mirar el resultado. Luego escuchaba ruidos por la calle, y cuando escuchó una traca puso la televisión corriendo. Entonces vino al estadio para celebrarlo». Allí se encontró a la familia en el festejo. «Salté al campo a por Álex (Zagalá)», explica Lourdes, «para darle dos besos y nos pusimos a llorar. Fue brutal, muy emocionante. Lo del domingo ya quedará ahí para siempre. Eso no se lo quita nadie». A ella tampoco: «Me fui con ellos un poco de fiesta. Había sufrido mucho en Tafalla, en Sant Andreu, en Portugalete... y este es el premio. Trabajo de tardes y el lunes ya avisé que a las siete me iba a la plaza. Es que la semana de antes del partido fue horrorosa. No pasaban los minutos, no pasaban los días. No llegaba nunca».

Zagalá es uno de los que vivió el tormentoso curso 2016-17. «Han sido dos años muy complicados para él, sobre todo el primero por lo extradeportivo. Ser portero del Castellón no es fácil. En otros equipos el fútbol era más una diversión, pero este club tiene mucho detrás, para lo bueno y para lo malo. Cuando las cosas iban mal él se callaba. No es muy hablador sino bastante serio. Le preguntaba pero no solía tener ganas. Se lo sufre él». La terapia del portero del Castellón es el monte y los animales. «Es un amante de la naturaleza. Se despierta a las siete y se va a la montaña, con los caballos», explica Lázaro. Su otra pasión fue el fútbol. «Empezó a jugar tarde, a los 11 años en el Castalia. Él quería antes pero por obligaciones no podíamos llevarle. Al mes de empezar ya cogió la portería», y así fueron pasando los años. Hasta la parada de Portugalete. Hasta la de Castalia. Hasta la portería a cero. Hasta hoy.

Lidia Manrique. Familia de Colomer

Lidia Manrique es la madre de David Colomer, el inesperado héroe del ascenso. Colo creció en Almassora con el fútbol en los pies y en la cabeza. «Desde pequeñito no ha tenido otra cosa en mente, hasta dormía con la pelota en la cama», apunta Lidia, «yo antes intentaba inculcarle que había más que el deporte, pero lo tuvo siempre tan claro, y le gusta tanto, que decidí apoyarle, porque además la vida es muy larga y luego hay tiempo para todo». Colomer entró en el Castellón en alevines. «Íbamos a los campos de la hípica, en barracones». Muchos entrenamientos, muchos partidos en fin de semana. «Pronto ya le dije que espabilara y se preparara la bolsa, pero va tan a su bola que a veces tocaba volver a casa porque se había dejado las botas o las espinilleras», cuenta.

Los Colomer Manrique son de Almassora, como el entrenador del Castellón, Sergi Escobar. «Yo le estoy muy agradecida», dice, «porque ya le llamó este verano para el filial y luego le ha dado oportunidades. Gracias a él ha recuperado la confianza». Colomer aprovechó pronto y bien los minutos pero una lesión le lastró en los últimos meses. «Estaba fastidiado en esa época, porque ya había conseguido minutos y justo la lesión le frenó», afirma Lidia. «Estas semanas contaba que estaba entrenando muy bien, tenía muchísimas ganas, y cuando unos días antes Sergi le dijo que estuviera preparado, que podía jugar, lo tomó con ilusión máxima».

Lidia sabía que jugar el partido clave era «un arma de doble filo», y «en el fondo estaba un poco asustada así que intenté hacer de psicóloga en casa por si no salía bien, pero al descanso tal y como lo veía yo ya estaba satisfecha, no hacía falta ni el gol. Mi hijo estaba haciendo lo que siempre le pedí, que disfrutara jugando, que fuera feliz. Al descanso sabía que se estaba quitando la espina, que se estaba demostrando muchas cosas». Ya con el gol, el 1-0 del ascenso, arrancó «una noche de euforia». «Primero no sabía si lo había marcado él, y encima en el videomarcador pusieron que había sido Dealbert, pero mi marido ‘que no, que no, que ha sido David’».

Lidia Manrique espera que estos días de adulación continua no confundan a su hijo. «Ahora estoy en plan ‘ten los pies en la tierra’, ‘no te creas nada’, pero también es bonito que disfrute estos días, que viva el momento porque el gol quedará en la historia del Castellón. Esa noche después del partido no podía dormir, me debí dormir a las tres y pico. Ahora bajo a la calle a comprar algo y todo el mundo me felicita, amigos, conocidos y desconocidos, y yo digo: ¡Que no he hecho nada!»

Mª José Gumbau. Familia de Marenyà

«Me dices que nadie habla mal de mi hijo, y yo no voy a ser la primera», desliza María José Gumbau, la madre de Jordi Marenyà, el capitán del Castellón. «A mí el fútbol me gusta», advierte, «y me casé con un futbolista, así que siempre ha estado muy presente en casa». Así crecieron los hermanos Marenyà, en Vila-real, dándole a la pelota. El pequeño es Jordi. «De niño era como ahora. Fuera del campo es tímido y reservado. Era responsable, pero dentro del campo tuvo también siempre otra personalidad, es otro, con carácter y muy decidido».

Jordi debutó en Segunda con el Castellón en edad juvenil, y pronto hubo de tumbar prejuicios y asumir responsabilidades. El club se precipitó por un barranco y, con 20 años, sus compañeros le eligieron segundo capitán, y con 21 tomó el brazalete. «Hubo años difíciles, es un chico introvertido y no hablaba mucho pero le notabas triste. Pero pese a los problemas en el Castellón ha estado a gusto siempre porque se siente muy querido. Creo que si tiene el afecto de la afición es porque es honesto, no tiene doble cara». Esas temporadas convulsas depararon momentos duros. «Alguna vez pensé decirle que lo dejara, que no merecía la pena, pero le gusta tanto jugar que no podía ser. Al menos los dos años que pasó en el Olímpic de Xàtiva sirvieron para que acabara la carrera», dice.

Tras padecer decepciones como la de Gavà, los Marenyà Gumbau acudieron el domingo a Castalia en busca del anhelado ascenso. «No somos muy de hablar, somos todos iguales, los nervios nos los tragamos». Como resumen de lo vivido, María José señala una foto viral de María José Segovia, que recoge el momento del pitido final. En medio de la explosión de júbilo, Jordi mira al césped con los puños tensos y suelta en un grito toda la adrenalina acumulada. Centenares de partidos y miles de kilómetros. «Todo para llegar a ese instante», explica su madre, «toda esa rabia contenida. Esa foto lo dice todo. El Castellón y él lo merecían desde hace tiempo y las madres sabemos lo que han sufrido para conseguirlo».