Paralelo al tiempo de Ribalta, el pintor que dio nombre al instituto público de Castelló, nació el pedagogo José de Calasanz. Este religioso aragonés fundó las Escuelas Pías, el movimiento docente que el benefactor Juan B. Cardona Vives quiso implantar en la capital. Si atendemos al himno que los alumnos cantaban en las aulas del centro su credo decía : «Siendo niño a Satán le declaras/ cruz de guerra y por eso preparas/ de amiguitos brillante escuadrón./Nos alienta tu voz de profeta,/simpar galardón». El complejo escolar, lo mismo que la traza de la contigua iglesia de la Trinidad, fue un proyecto del arquitecto Manuel Montesinos , y abrió sus puertas a las primeras promociones en octubre del año 1900, con el cambio de centuria.

Los calasancios fueron los primeros en instalar en Castelló la enseñanza confesional aunque no los únicos, pues a ellos, en breve plazo, se sumaron las Carmelitas y la Consolación para extender este modelo educativo también a las niñas.

Sin embargo, otras congregaciones debieron juzgar, en lo relativo al lucro cesante, poco o nada apetecible la plaza castellonense y descartaron la apertura de sus centros.

Un caso aparte es el de los padres agustinos, quienes prometieron al alcalde Pepe Ferrer, allá por la década de los años 50, la instalación de un colegio en las dependencias del antiguo convento de la calle Mayor, si previamente recuperaban la titularidad perdida con la desamortización. Como se recordará, desde el siglo XIX, el antiguo cenobio de la Orden de los Ermitaños de San Agustín fue utilizado como dependencias de Hacienda para el cobro de las contribuciones y sede del Gobierno Civil de la provincia, con vivienda para el «jefe político» y el conserje, el sinyó Ricardo, que se mantuvo en el cargo durante la dictadura de Primo de Rivera, la República y tras el Alzamiento Nacional. Por tanto, el interés de los agustinos por volver a inmatricularse el inmueble estaba justificado y su oferta al alcalde de implantar su escuela de educandos resultaba bastante tentadora. No obstante, la operación se frustró y la corporación municipal únicamente logró el retorno de la comunidad para la vieja iglesia, sin que los frailes culminaran su sueño pedagógico. Años más tarde el viejo convento fue vendido, derribado y sobre su solar se levantó el moderno Complejo San Agustín con viviendas, oficinas y bajos comerciales.

A modo de moraleja, el señor Ferran recuerda un verso que ilustra el episodio: «No hi ha religió més santa que la dels frares agustins/ells enganyen a les xiques i també als xics fadrins». Aunque en el suceso, claro, no sabemos muy bien quién engañó a quién.