toda fiesta que se precie tiene su amargo día después, con una resaca directamente proporcional a la celebración. Como no hace falta recordar lo mucho que significaba para la familia albinegra salir del infierno de la Tercera División, aunque sea para habitar en el pozo de la Segunda B, tampoco me extenderé ahora en lo justificado de nuestra juerga. Pero ni aún así, nadie podía imaginar siquiera una resaca tan dura y vomitiva.

Sin aviso, por teléfono, y con una crudeza desmesurada, el Castellón de José Miguel Garrido -esa es la clave- ha dejado en la cuneta de la Tercera todo el romanticismo que sugieren los mejores momentos de la historia del fútbol y que, de hecho, nos había mantenido vivos. Que otra cosa no ha sido la patada en el culo a verdaderos símbolos del albinegrismo. Se han vituperado las formas y se ha despreciado el trabajo realizado, para estrellarnos de bruces contra el negocio, "su" negocio. El que paga manda y decide quiénes son buenos para su proyecto, el del ascenso rápido que garantice beneficios. El debate ya no se reduce a un simple cambio de cromos más o menos justificado, a la asumida y desabrida pérdida de personalidad o al triste papel de espectadores de cada dos semanas que nos reservan, si no al riesgo de contagio de sus ¿valores? machistas, xenófobos y homófobos a la totalidad de las secciones inferiores del club. Y eso no se puede tolerar. Juan Guerrero es un riesgo para el CD Castellón y para la sociedad.

Y vuelvo a repetir que poco o nada se le puede discutir al único que ha puesto dinero de verdad, pero alguien le tendrá que decir que todo no vale, que según qué cosas no se pueden consentir ni a golpe de talonario, aunque le incomode que le rompan su placentero retiro londinense, tan lejos de este pueblo.

Para empezar, debería dejárselo bien clarito el ayuntamiento, en su condición de propietario del estadio Castalia. Dijo la alcaldesa que se iba a invertir un millón de euros, cosa que no ha hecho nunca ningún otro ayuntamiento desde que se inauguró en 1987. Al contrario, aquellos fueron corresponsables, por omisión, del expolio sufrido. Amparo Marco ha sido la única que con su exigencia de garantías ha cortado de raíz las ínfulas de David Cruz, ha mantenido las mismas peticiones para con Jordi Bruixola y cía, y ahora debe poner en vereda a Garrido. No queremos nazis en Castalia, ni en la grada ni en el palco, aunque para ello tenga que frenar el convenio y las obras de mejora.

No caben medias tintas. Por tercera vez insisto en que el argumento del capital invertido resulta determinante, y por ahí quiere escaparse Garrido, por el hambre de ascensos que tenemos, pero nuestro orgullo no tiene precio. Eso es algo que debieran haber puesto sobre la mesa otras personas.

No voy a exigirle a Bruixola que cambie su modelo de trabajo, que desde el primer día se basa en asegurar su nómina y bien que lo ha hecho, pero Vicente Montesinos, Ángel Dealbert y Pablo Hernández representaban y apelaban no ha tanto al sentimiento tribal para recuperar a este CD Castellón.

La campaña de abonados fue el mejor ejemplo y los siete jugadores de la provincia en la ya histórica alineación del ascenso, un corolario sublime. Ahora queda todo ello en entredicho. Lo mismo me ocurre con Sergi Escobar, que ha antepuesto sus aspiraciones profesionales a la defensa de aquellos estandartes del vestuario que le encumbraron a los altares albinegros.

Todos están en su derecho de ir por la vida como simples comparsas, títeres del que paga y floreros de loza barata que se arrinconan víctimas de las modas pasajeras. Pero si quieren ganarse algo más profundo que el agradecimiento por la ingente labor realizada el curso pasado, si quieren hacerse acreedores a nuestro respeto y admiración eternos, deberían dimitir hoy mismo. Es la diferencia entre la dignidad y el servilismo. Porque este no es el CD Castellón que nos identifica por muchos ascensos que nos regalen.