En la ciudad de Castelló, nos viene a la memoria la historia de otras puertas y de otro San Miguel. Y, si se nos permite, también de otro tipo de desbordamiento, el inmobiliario. Nos referimos a las dos puertas de entrada al trasagrario de la iglesia San Miguel en la calle Enmedio de la capital, con sendas pinturas dedicadas a las figuras de San Pedro y San Pablo.

Como se recordará, la diócesis, en manos del obispo gerundense Cases Deordal, allá por la década de los 70 del pasado siglo, había decidido dehacerse del inmueble para de ese modo obtener la liquidez necesaria con la que acometer una nueva fase en las obras de Santa María o para la construcción de las parroquias de las barriadas del extrarradio urbano. El mismo arcángel San Miguel, siempre vestido de legionario romano y con la espada desenvainada, había cambiado de aires: del centro urbano, aledaño a la farmacia de Calduch, a la periferia más cercana a la gasolinera de la avenida de Valencia. Pero la venta anunciada conllevaba el derribo del templo que en su día erigió el gremio de labradores y la posterior construcción de una finca de pisos en altura como las que habían comenzado a perpetrar la mutación del viejo Castelló, señorial o menestral, en un Castelló irreconocible, repleto rascacielos sin gracia.

Las voces de la compositora Matilde Salvador y del médico Àngel Sánchez Gozalbo, entre las de otros próceres, se alzaron contra esta medida meramente especulativa y, tras la sensibilización del mitrado, fue la entidad bancaria que también presidía el galeno, la que se hizo cargo de la compra de la iglesia barroca por la cifra de 60 millones de pesetas. La operación garantizaba la salvaguarda del patrimonio y, tras la debida desacralización del templo, la Caja se comprometió a transformarlo en un centro de exposiciones en cuanto obtuviera la propiedad, eso sí sin las dos contrapuertas con San Pedro y San Pablo, que se depositaron en un sótano de la concatedral. Estas, igual como había ocurrido con la puerta de la sénia de Peraire en la riuada de San Miguel del año 1949, recorrieron un trayecto insólito, aunque mucho más corto; pasaron del trasagrario, junto al altar principal en la calle Enmedio, a un almacén de trastos de Santa María. Y así, hasta el día en que todas ellas volvieron a la superficie.