Eduardo Ferreres tenía 47 años cuando lo fusilaron en el cauce del Río Seco. Jornalero en Alcalà de Xivert, decidió ser concejal y alcalde de su pueblo en 1936, una época en la que el pueblo estaba partido en dos, en la que se que se tiraban santos y se saqueaban iglesias. Pero Eduardo, según relata su propia hija, Mercedes Ferreres, siempre intentó ayudar a los demás. «Mi padre les avisaba para que huyesen», asegura. Después nunca hubo reciprocidad. «El dio la cara por muchos pero la gente tenía miedo».

Con la victoria de los golpistas vino la represión y a Eduardo Ferreres le condenaron a muerte un 27 de septiembre de 1939, siendo ejecutado el 24 de enero de 1940. «Nadie de los que él ayudó a escapar hizo nada por él». Ferreres se escondía por el término municipal y su mujer le imploró que huyese a Francia, pero decidió entregarse pensando en que no sería ajusticiado. Nada más presentarse, según rememora su hija, le pegaron una enorme paliza y quemaron la casa familiar. Tras un juicio en el cine del pueblo, en Alcalà, fue enviado a Castelló a la espera de ser fusilado.

La familia fue de forma continua, como otros tantos presos, a enviarle comida y ropa limpia, hasta el 24 de enero de 1940, día en el que fue fusilado. Mercedes lamenta que no pudieron quedarse con ningún recuerdo de su padre,ni una foto. «Nos lo quemaron todo con un bidón de gasolina, nos lo robaron todo y después veías cómo en otras cosas había sillas o manteles que eran nuestros». Una vez ejecutado, la familia salió adelante como pudo, viviendo en la propia casa que fue pasto de las llamas.