Los más autoctonistas siempre quieren hacernos elegir entre las castañas de la castañera y las calabazas huecas con mueca iluminada, aunque estas se parezcan mucho a las sandías de nuestras fiestas de agosto. En lo que sí que habrá un total acuerdo es que el mes de noviembre se inaugura en Castelló con la Fira de Tots Sants, aunque la feria de nuestros días ya no es lo que era... En el andén central del parque de Ribalta, se encontraba el Xato Castanyero y al tren de la bruja aún se le denominaba popularmente «L´infern».

También había barracas del tiro y una gran cesta que balanceaba al público con derecho a roce. Los críos se podían retratar de mexicanos, indios o vaqueros, o subirse a los «autets» y al tiovivo. Y corría la leyenda que decía que una niña subida en uno de los caballitos del carrusel había muerto por la mordedura de una cascabel, que se alojaba en el interior hueco de la cabalgadura. Junto a estas atracciones, se habilitaban las casetas de los freaks: enanos, mujeres barbudas, hombres forzudos y la falsa zíngara que adivinaba el futuro. Hasta ella acudió una joven que a la semana falleció. En su pueblo, al conocer la fatalidad, un vecino aseguró: «Va baixà a la fira, li va sortí la carta ´Muerte segura´, i mira el que li ha passat a la pobra».

Al final del recinto, embarrado o polvoriento según el tiempo, se hallaba el teatro de varietés. Ramón María Huguet se encaprichó de una vedette y, con el dinero de don Gaetà, que él administraba a voluntad mientras el tío estaba en el exilio, se compró el teatro con la muchacha dentro. Una noche de fuertes vientos, el entoldado voló y con él el volátil interés del sobrino por las lentejuelas y los plumeros.

En otro orden de cosas, hoy se cumple un siglo de la firma del armisticio que puso fin a la Gran Guerra. De nuevo traemos a colación una noticia global bajo el prisma de nuestro pequeño mundo. Y es que ahora hace cien años, la ciudad de Castelló salió a la calle a celebrar el acontecimiento. El ayuntamiento quiso renombrar la plaza de María Agustina como plaza del presidente Wilson y a uno de los viales más importantes, calle de los Aliados. Y en medio de aquella euforia, el alcalde Forcada propuso ir en procesión hasta el consulado británico. Castelló, esos días todavía no celebraba Haloween, pero ya coqueteaba con lo anglosajón.