Estupor. Caminar ayer por los pasillos del Palacio Municipal era encontrarse con funcionarios mostrando en sus rostros la sorpresa al enterarse de la dimisión de Antonio Lorenzo, su concejal, el que negociaba todas las cuestiones de Personal. Incontables los abrazos, las lágrimas y los besos que pudo dar ayer el edil minutos después de anunciar que renuncia a sus cargos políticos hasta que se aclare una investigación abierta por presuntas facturas irregulares en la Subdelegación de Gobierno de 2007 a 2017, esa institución de la que fue máxima autoridad política de 2007 a 2011. Sobre Lorenzo no consta de momento imputación judicial alguna, pero consciente del circo político que se le va a venir encima ,tras declarar ante la Policia Nacional, ha decidido ponerse a un lado.

Toni Lorenzo no se había puesto nunca una línea roja, esas líneas que se convierten en transparentes para muchos cuando les toca dar ejemplo. El político socialista tenía una máxima, como el mismo señaló ayer: no tener que bajar nunca la mirada al cruzarse con sus vecinos, no tener que dar explicaciones a sus hijas por haber actuado contra los intereses de la administración pública... Cuesta creer que Lorenzo haya sido capaz nunca de coger siquiera un bolígrafo que no haya pagado él, y su honestidad y honradez quedan reflejadas en su decisión de dimitir, una palabra que pocas veces va ligada a la política.

Su fallo, quizás, no haber sido capaz de detectar esas presuntas facturas irregulares que podrían haberle pasado para firmar dos posibles funcionarios corruptos. Pero a veces los garbanzos negros aparecen en el plato sin que uno los haya cocinado. La justicia dictaminará cuándo abre presumiblemente un procedimiento judicial que, lo más probable, le cite para declarar, pero si hay personas que uno se encuentra por el camino, por las que pondrías la mano en el mismísimo infierno, una de ellas es Lorenzo.

El todavía concejal era el punto de cordura que unía las dos patas del gobierno municipal, el PSPV y Compromís, la voz equilibrada, la política del diálogo en su máxima expresión. Su renuncia ha sido un golpe para la línea de flotación del Pacte del Grau y un varapalo para el president de la Generalitat, Ximo Puig, al que ha dejado personalmente tocado.

Hace unas semanas, tomando un café, hablamos de la crispación que se vive a nivel global, en la que la actual corporación es el claro ejemplo de lo que empieza a ser un coliseo romano. Cuando huele a sangre, hay que afilar el colmillo e ir a la yugular. Antonio Lorenzo, pese a esa presunción de inocencia que se le debe presuponer a todos, es consciente de que iba a ser carnaza para las alimañas y ha dado un ejemplo poco habitual al renunciar para evitar el circo -con sus leones, equilibristas y payasos- en el que se ha convertido la actual corporación municipal.

Para su desgracia, no lo va a evitar, al menos de cara la opinión pública. Es un bocado demasiado sabroso, a menos de cuatro meses para las elecciones municipales, como para dejarlo correr. Estos años de contacto con la política me han servido para detectar que no hay amigos ni colegas de izquierda a derecha. La política, con honradas excepciones como Lorenzo, da pena y el extremo al que llega la batalla por el poder le hacen preguntarse a uno donde queda el sentido común. Está además la línea de la ejemplaridad tan fina que hay que ser casi un loco para dedicarse a la política, no sea que alguien te saque después que en el instituto te fumaste un porro y pidan tu dimisión.

La renuncia de Lorenzo, presunto inocente, ya es parte de la campaña del Partido Popular. Su portavoz, Begoña Carrasco, tardó poco en mezclar churras con merinas, en aprovechar la renuncia del edil socialista, por un tema que nada tiene que ver con su labor municipal, para decir que PSPV y Compromís «hunden la ciudad de Castellón» y para decir que «no están capacitados para gobernar». Lorenzo, al igual que Ali Brancal, va a ser arma arrojadiza sin duda en las semanas que vienen, pese a que a nivel judicial no hay aún nada. Pero así es la política, aunque también te encuentras con casos como el de Sergi Toledo, secretario local del PP de Castelló, que se cruzó en el ayuntamiento con el edil dimisionario, a quien le dijo -delante de los periodistas- que es «de lo mejor» que tenía el equipo de gobierno. Cuesta poco decirlo, aunque sea en una escalera.