­­­­­­­La Generalitat de Catalunya ha concedido a la Fundació Carles Salvador la Creu de Sant Jordi , la más alta distinción que concede la institución. Y lo fundamenta por el «reconeixement a la "preuada tasca" de preservació i divulgació de tot el llegat del mestre, gramàtic i poeta Carles Salvador, pel "compromís" en la gestió d'aquest patrimoni, i per dotar el municipi de Benassal d'un centre de dinamització cultural». Antes, también merecieron sus creus la Sociedad Castellonense de Cultura y los músicos Matilde Salvador y Carles Santos.

El caso de la Fundació Carles Salvador tiene su pequeña historia protagonizada por actores secundarios que, más allá de la persona insustituible del cronista Pere Enric Barreda, merecen nuestro reconocimiento. Sofia Salvador, la hija del Mestre, y Enric, su marido, acudían con frecuencia a Castelló para visitar a su hijo hospitalizado, y aprovechaban estas breves estancias en la capital para saludar a viejos amigos valencianistas. Uno de ellos era el librero Pere Duch, quien durante años también había sido maestro en el Maestrat donde había trabado la relación. El que suscribe, que se encargaba de la programación del Forum de la librería, tuvo noticia entonces de la inquietud que rondaba al matrimonio. Ellos pensaban donar el legado de Carles Salvador y no sabían qué destino sería el más idóneo: la Biblioteca Valenciana o el Ayuntamiento de Benassal. Esta disyuntiva nos remite a otra: ¿qué es mejor ser cola de león o cabeza de ratón? La primera opción era entrar en el sancta sanctorum de Sant Miquel dels Reis, donde se custodiaban con celo fondos de bibliotecas privadas como la de Nicolau Primitiu.

La segunda era quedarse en el pueblo que acogió al gramático, con la incertidumbre que le generaba a Sofia dejar los legajos en manos de un consistorio con mayorías absolutas del PP, un aliado complicado para honra de la memoria del promotor de Les Normes.

Baudilio, el alcalde de Benassal, y Amelia Escrig, concejal de Cultura, habían recibido el fin de obra de un inmueble emblemático, el antiguo hospital, y tenían que darle una función útil. Ella era profesora en el colegio de la Consolación de Castelló e hija del alcalde que en el franquismo erigió el monumento de la plaza de homenaje a Carles Salvador.

Caso resuelto

¿Cola de león o cabeza de ratón?, era el dilema shakespeariano; diluirse en la gran biblioteca de València o ser el protagonista absoluto de unas salas municipales, góticas pero municipales.

Todo invitaba a que la familia optase por realizar la donación del padre y lingüista a favor de la magna institución del Cap i Casal. Parecía que en la decisión final iba pesar más la desconfianza hacía los conmilitones del partido de Aznar, que la irrelevancia en la que iba a quedar soterrado el autor de Cant i encant. Entonces, de los amigos castellonenses surgió la idea: un nuevo actor, el Institut d'Estudis Catalans había abierto su sede en el Centre Municipal de la capital de la Plana, gracias a las habilidades negociadoras de Vicent Pitarch(miembro del IEC) con el concejal Miguel Á. Mulet del PP. La institución académica era, a juicio de estos, el tercer socio para que la creación de la fundación no dependiera de los vaivenes políticos.

Así, la nueva entidad quedaría representada por tercios: una parte, la familia; las otras dos, el municipio y el Institut, máxima autoridad lingüística de la lengua catalana. Ahora, Benassal y la Fundació Carles Salvador -«el salvador de paraules»- recogerán el fruto de aquellos días, junto a Messi, otro de los galardonados.