«Franco nos robó la infancia, no me cabe duda, así me siento». Estas son palabras de Juan Sanjuán, vecino de Mislata, que estos días comentaba a Levante-EMV cuál es el recuerdo que tiene de sus años de niñez perdida en el Hogar Rey Don Jaime de Auxilio Social de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, que se ubicaba en Buñol.

Una veintena de antiguos alumnos de aquel colegio, acompañados por sus esposas, volvieron a reunirse el sábado en València en el restaurante de la sede central de la ONCE para compartir una comida de fraternidad y revivir viejos tiempos. Lo que los une a todos ellos es que vivieron cuando eran pequeños en esta institución de la caridad franquista desde los años 50 a casi bien entrados los 70. Llevan 7 años seguidos celebrando este encuentro al que acuden compañeros de Barcelona, Madrid y de todos los puntos de la Comunitat Valenciana.

Estos niños eran hijos de republicanos que combatieron en contra del Fascismo, que quedaron huérfanos porque murieron sus padres en el Frente, o porque sus progenitores estaban encarcelados. En otros casos, sus familias -represaliadas, sin trabajo y sin recursos- decidieron dejarlos a cargo de las religiosas que regentaban este hogar.

«En el Hogar Rey Don jaime de Buñol trabamos amistades que nunca hemos abandonado y también vivimos muchas anécdotas divertidas, pero lo bien cierto es que pasamos mucha hambre y sufrimos toda clase de malos tratos psicológicos y físicos, así como humillaciones y vejaciones», recordaba Juan Sanjuán. Por el centro de Buñol, a lo largo de aquellos años, desde finales de los 40 a los 70 cuando esta institución fue abolida con la Democracia, pasaron centenares y centenares de pequeños y adolescentes.

En concreto, este grupo que se ha organizado a través de internet y por teléfono, forma una veintena de exinternos que entraron en el Hogar Social hacia 1950 y que salieron hacia 1962. Ahora no solo quedan una vez para reunirse a comer sino que muchos sábados quedan a almorzar los que viven más cerca: en València, Alfafar y Mislata. Juan Sanjuán rememora que apenas les daban comida. «Cuando salíamos a la calle, yo saltaba una valla que había en una porquera cercana al hogar y le robábamos la comida a los cerdos, las mondaduras de naranjas y otros desperdicios que les echaban, que nosotros nos los comíamos», explicaba. Juan echaba mucho de menos a su familia. «Pasabas -dice- muchos meses sin verlos, a pesar de que estábamos en Buñol, a pocos kilómetros de Valencia, donde ellos vivían». Afortunadamente, crecieron y salieron de aquel hogar para luego rehacer sus vidas. Y ahora, décadas después, han vuelto a retomar el contacto y a compartir experiencias. Lejos quedan ya aquellos años robados de su infancia.