José Parrilla, valencia

fotos: manuel molines

El pasado jueves se cumplió un año justo desde que Djilali Mazari (Argelia, 1962) salió de prisión. Estuvo casi tres años y medio en distintas cárceles españolas acusado de formar parte de una célula terrorista que quería volar la Audiencia Nacional. La famosa «Operación Nova» del Juez Baltasar Garzón. Por aquellas fechas salió también Khouni Mohamed Boulem (Argelia 1969), que había corrido la misma suerte que Mazari y además ya había sido arrestado en 2001 y cumplido un año de cárcel por formar parte de un grupo terrorista que quería reproducir el 11-S en Europa. Pero ni uno ni otro ni antes ni ahora, eran culpables de nada. Fueron absueltos de todos los cargos. No eran dirigentes salafistas, ni lugartenientes de Bin Ladem. Ni siquiera delincuentes comunes. Por eso salieron en libertad sin cargos, aunque si con cargas. Su paso por prisión les ha destrozado la vida, les ha arruinado sus economías y ha sumido a sus familias en una profunda miseria de la que un ex recluso extranjero en tiempos de crisis tiene muy difícil salir.

Sentados en una mesa camilla, con la tetera sobre la mesa y con música árabe de fondo, ambos reproducen su historia entre la indignación y la resignación, sin miedo a dar la cara y pregonar que han sido «injustamente» tratados.

«Yo llevaba en España desde el año 1990 y trabajaba en todo -relata Mazari-. En el año 2000 vino mi familia y estábamos bien. Teníamos alquilado un piso, yo trabajaba en una carnicería del barrio Barona y nunca tuvimos problemas, ni siquiera por un simple robo».

Boulem, por su parte, que había llegado a nuestro país en 1995, trabajaba preferentemente en la agricultura y estaba punto de conseguir los «papeles» cuando fue arrestado en 2001. También se llevaron a su hermano. Un año después, cuando el juez archivó el caso por falta de pruebas -«decían que yo quería manejas aviones como en las torres gemelas y yo no sé nada de aviones», recuerda sonriente-, trató de rehacer su vida, se caso y se instaló con su mujer en Canals, donde llevaban una vida tranquila enfocada a la estabilidad, afirma.

Pero en el año 2004, en medio de la consternación por el 11-M, cambio todo. «Yo bajaba con mi hijo y me abordaron en el portal del edificio. Ni siquiera me dejaron subirlo a casa, tuvo que irse él solo llorando», recuerda Mazari. «A mi me arrestaron en Almería, donde estaba trabajando en aquellas fechas. No pude ni despedirme de mi mujer», dijo Boulem.

GRAVES PENURIAS. Su entrada en prisión tuvo un efecto inmediato en su entorno y en sus vidas. Mazari confiesa que él «estaba bien en la cárcel, tenía comida, Garzón me cuidaba bien», pero la familia sufría mucho. «Los echaron del piso por no pagar, mi mujer abortó sola y sobrevivían con lo que le daban los vecinos o los conocidos. Aguantaron comiendo como una hormiguita, porque los servicios sociales nunca les prestaron ayuda. En dos años y medio no pude verlos porque no podían pagar el viaje», lamenta.

En el caso de Khouni, que no tiene hijos, la situación fue distinta, aunque igualmente difícil. «Afortunadamente mi mujer tiene una hermana en Francia y pasaba mucho tiempo con ella», relata.

Así estuvieron más de tres años, hasta los primeros meses de 2008, cuando el tribunal que juzgaba la Operación Nova y luego el Tribunal Supremo constataron que no había pruebas contra ellos y quedaron en libertad.

Y no saben qué era peor, porque ahora sus vidas están destrozadas, con la vitola de terroristas sobre sus espaldas, sin oficio ni beneficio, con muchas deudas y sin apenas posibilidades de encontrar trabajo.

Mazari, por ejemplo, cobró durante cuatro meses 415 euros de subsidio y luego se puso a trabajar en una carnicería por 600 euros al mes, pero con ese dinero apenas puede pagar el alquiler ni hacer frente a las deudas que ha contraído estos años.

LAS INDEMNIZACIONES. Sólo la indemnización que tiene que cobrar por su estancia en prisión puede salvarle, «pero eso va de un ministerio a otro y no sabemos cuando va a llegar». «Cuando la cobre, ya habré acumulado más deudas de lo que me van a dar», dice, así que «seguramente no podré montar el negocio que tenía pensado».

Khouni, por su parte, trabaja «haciendo chapuzas» mientras llega el dinero, porque a estas alturas aún gestiona la regulación de su situación, que es su objetivo más inmediato. «No me admiten el arraigo después de pasar dos veces por prisión injustamente», lamenta.

Haciendo balance, no dudan que su vida es ahora mucho peor que antes. «Después de salir de prisión sólo tenemos la libertad, pero todo lo demás lo hemos perdido», dice Mazari, quien recuerda que «el dinero no da la felicidad pero es necesario para vivir».

Eso si, no tienen pensado volver a su tierra natal, a Argelia, pues llevan muchos años en España y quieren hacer su vida aquí. Mazari se conformaría con ver a su hija mayor, a la que no tiene junto a él desde hace cinco años, y a su padre, que quedó ciego por una subida de azúcar tras su detención. Son sólo algunos de los dramas que han salpicado sus vidas en los últimos años.