Los retrasos en la culminación de las obras del Ágora de las Ciudad de las Artes van más allá de los problemas de financiación de la empresa pública y la UTE constructora (Cyes, Lubasa, Pavasal). Santiago Calatrava, autor del proyecto, cuestiona ahora la calidad de ejecución de casi un tercio de las lamas móviles que componen el cierre del último edificio diseñado por el arquitecto valenciano. En concreto, Calatrava quiere modificar 40 de las 169 piezas metálicas fabricadas por la filial de Ros Casares Augescón, subcontratada para la misión de dar forma a esta estructura. Fuentes conocedoras de las discrepancias surgidas entre el también ingeniero y Cacsa sostienen que los problemas de ejecución obedecen a "una ligera desviación" de la curvatura de las lamas. "Una cuestión de milímetros", sostienen las mismas fuentes. Esa pequeña tara en la estructura metálica podría obligar a Cacsa a tener que rehacer las lamas, con el consiguiente desembolso económico en un momento en el que la Generalitat ha anunciado la subasta de una de las parcelas de Cacsa para obtener liquidez. Esta decisión condena al sueño de los justos a otros de los proyectos de Calatrava, las torres rascacielos que debían completar su gran obra para Valencia.

Lo cierto es que cada uno de los elementos de Cacsa se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza para las empresa contratistas. Calatrava se reserva siempre la dirección de obra y son constantes sus modificaciones y puntualizaciones hasta el punto de que en muchas ocasiones las cosas se hacen, se deshacen y se vuelven a hacer. Este el caso de las 40 lamas cuya ejecución cuestiona ahora.

Pago aplazado

El coste del Ágora ha ido creciendo hasta superar los noventa millones de euros. La obra sufrió una larga paralización a principios de año después de que las entidades financieras se negasen a seguir prestando dinero a la UTE constructora, básicamente por los problemas económicos de Lubasa. Cacsa acordó con los contratistas aplazar el pago de la obra durante cinco años, por lo que han tenido que ser las propias empresas las que asumiesen el coste de ejecución. El proyecto se adjudicó en 2006 con un plazo de ejecución de doce meses. Posteriormente se han ido concediendo prórrogas. Y así hasta hoy, cuando la estructura metálica de lamas sigue sin montarse sobre la plaza pública cubierta.

Las obras se reanudaron antes de verano gracias a que el Banco de Valencia abrió el grifo y por la presión política que suponía para el Consell de Francisco Camps tener el recinto sin terminar para el Open de Tenis, que comienza el 30 de octubre. Ahora el torneo deportivo se celebrará con el recinto en condiciones internas y externas, pero la conclusión del Ágora todavía no ha llegado. Depende de cuánto tarden en ponerse de acuerdo Calatrava y la Generalitat en la discusión sobre las 40 lamas de la discordia.

Más de 2,5 millones de euros por las torres

La decisión del la Generalitat de sacar a subasta pública la parcela en la que estaba prevista la construcción de los rascacielos de Santiago Calatrava no evita que el arquitecto de Benimàmet se haya embolsado al menos 2,5 millones de euros en concepto de redacción del proyecto básico. Las apreturas presupuestarias han llevado a la Conselleria de Economía de Gerardo Camps a retomar una vieja idea ya expuesta en 2002 por el entonces director del Instituto Valenciano de Finanzas, José Manuel Uncio. Este elaboró un informe en el que proponía enajenar el suelo pendiente de edificar con el objetivo de obtener recursos con los que amortizar parte de la abultada deuda de Cacsa. Tras la elección de Valencia como sede de la Copa del América y el aterrizaje de figuras de la arquitectura internacional como Jean Nouvel, con sus propuestas para la fachada marítima, Calatrava se sacó de la manga el proyecto de las torres y convenció al jefe del Consell, Francisco Camps, para que respaldara la idea como culminación del complejo. Desde el primer momento se advirtió de la inviabilidad económica del plan. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria en 2008, la dificultad de su ejecución y el hecho de que se condicionase el proyecto a la participación de inversión privada dieron al traste con el mismo. La Generalitat ahora ha retomado la vieja idea de Uncio con la diferencia de que en 2002 la burbuja comenzaba a inflarse y hoy es un globo pinchado, lo que reduce el valor del suelo. Santiago Calatrava no podrá cumplir su sueño. v. r. valencia