Hace unas semanas, el pasado 19 de diciembre, se publicaban en estas páginas unas muy interesantes declaraciones de Joaquín Farnós, Ximo, gran amigo y gran político castellonense en la Transición y en tiempos más recientes, y cuyo peso en aquella época fue indudable. Coincidí con él cuando me incorporé a la vida política castellonense como diputado en las elecciones de 1979. Yo había querido ser diputado en las de 1977 pero Fernando Abril, entonces ministro de Agricultura y yo su subsecretario, consideró que me necesitaba al frente del ministerio ya que él iba a ocuparse de aspectos políticos de la campaña. Pero cuando, tras aprobarse la Constitución, el presidente, Adolfo Suárez, disolvió las Cortes, sí quise ser candidato, quería formar parte de las primeras Cortes salidas de la Constitución. Dado que Fernando quería serlo por Valencia y Adolfo no quería dos ministros por la misma circunscripción, yo me incliné por la provincia hermana, Castelló que conocía muy bien. Pero nunca quise llegar a Castelló sin la previa aquiescencia de aquellos que eran entonces la cara viva de la UCD. Y por eso tras conversaciones con Enrique Monsonís y con Joaquín Farnós acordamos todos mi presentación por la provincia. Eso me hizo vivir la vida de Castelló, trabajar por la provincia y hacer grandes amigos durante varios intensos años. Uno de ellos, y muy especial, fue y es, sin duda Ximo Farnós.

Con Ximo mantuve una muy cordial y amistosa relación, que se ha mantenido incólume con el paso de los años…y han pasado muchos ya.... Por eso creo que debo aclarar alguna cuestión que narra en las declaraciones antes citadas y en las que, mezcla sin querer, de modo casi natural, dos hechos diferentes. Y ambas tienen que ver con la dimisión de Adolfo y con el hecho de que yo, la mañana de su dimisión, tratara de impedirlo y le acompañara hasta Zarzuela insistiendo en que no lo hiciera. Las cosas fueron así.

El día 26 de enero, la Secretaría de Adolfo llama y cita en Moncloa a una serie de ministros para una reunión esa misma tarde a las 20 h. Son los citados Calvo Sotelo, Cabanillas, Calvo Ortega, Arias Salgado, Martín Villa, Fernández Ordoñez y Pérez Llorca (creo no olvidar a ninguno). Esa reunión comienza en Moncloa a la hora prevista —Calvo Sotelo se retrasa algo por una reunión que tenía a esa hora— y en ella Suárez anuncia su dimisión y sus razones y les pide máximo secreto, dado que el Rey nada sabe en ese momento. Todos los asistentes, ya sin Suárez, siguen juntos, debatiendo sobre lo que acaban de oír, cenando en Los Remos. Yo no fui citado. Fernando Abril no sé si lo fue, lo ignoro, pero no pudo asistir por encontrarse en Valencia, de tal modo que cuando horas más tarde, avanzada la noche se entera de lo ocurrido coge un avión a la mañana siguiente (ya día 27) para reunirse con Adolfo —cosa que hace — tratando de convencerle pero comprende que la decisión es irrevocable.

Mientras ocurría todo lo descrito, yo me hallaba en Berlín, en viaje oficial. Nada más enterarme de la situación cancelo mi viaje y regreso el mismo 27, apresuradamente a Madrid. Ese mismo día 27 Suárez ya ha acudido a Zarzuela, se ha entrevistado con Sabino y ha almorzado con los Reyes, en almuerzo tenso, nada cómodo pero, hasta donde yo conozco, Adolfo todavía no anuncia al Rey su dimisión. Y esa noche Fernando acude a mi casa, ya de noche, para contarme lo que está ocurriendo y pidiéndome dos cosas: 1) que acuda a Moncloa a convencer a Adolfo, pues otras muchas veces , en momentos de diferencias entre ambos yo había actuado de «buen componedor» y normalmente con éxito. Aquella vez no sería así….y 2) que en el supuesto de que fuera irreversible que le permitiera a él manejar mi nombre en el Congreso de Palma, como candidato a la presidencia en sustitución de Calvo-Sotelo. Era notorio la poca amistad y empatía entre ambos. Yo me niego a este segundo planteamiento, aunque los hechos le dieron la razón pues obtuve en Palma la votación más alta tras la del propio Suárez.

Al día siguiente, miércoles 28, día en que Adolfo va a ir al Palacio de la Zarzuela a presentar su dimisión al Rey, me presento en Moncloa, a las 9,15-9,30 h, me abre el Portero Mayor, Julián Portela, todo está a oscuras, enciende las luces del hall, pido ver al presidente y señalo que no estoy citado y al cabo de un rato baja Adolfo del piso superior, en mangas de camisa, corbata y tirantes, muy sonriente y satisfecho, como liberado: «Ya me extrañaba a mí que no me dijeras nada.» Pasamos a su nuevo despacho — muy feo por cierto— que acababan de instalarle y comenzamos una muy larga conversación en la que intento disuadirle. Él me explica sus razones, todas, no se deja ninguna —eran varias concausas— y razona impecablemente su dimisión. Le llevo la contraria en cada una de sus apreciaciones y le hago ver las enormes consecuencias de su marcha. Yo trato de razonarle de que su marcha cambiará el mapa político, que nada será igual, que la UCD se extinguirá, etc. etc. Ningún éxito. Es cierto —como narra Ximo— que le recuerdo varias veces que es un presidente Constitucional, que ha sido elegido por amplia mayoría por el pueblo y que solo a él se debe, que convoque elecciones si quiere. Así seguimos un par de horas largas. A su término me dice: «Debo ir a Zarzuela, acompáñame si quieres.» Nos introdujimos en su coche y salimos hacia Palacio.

En el trayecto yo sigo insistiendo y él — pienso que para frenar mi argumentación— pide a su ayudante militar que le entregue una carpeta. De ella saca una carta que es la que le lleva al Rey. La leo y solo le hago ver que está fechada el día anterior, cuando la dictó. Al llegar a Zarzuela nos recibe Sabino Fernández Campo, pasamos a su despacho, le hace entrega de la carta pidiendo que se la rehagan en su papel—siempre había papel de Presidente en Zarzuela— y con la fecha adecuada. Cuando Sabino le pregunta perplejo tras leerla ¿por qué?, Adolfo le da sus razones y le dice, además, que quiere decírselo a él, a Sabino, primero, para que nadie manipule después diciendo que fue una petición del Rey. Quiere dejar claro que su dimisión es suya, es una decisión propia. Ahí abandono el despacho y salgo de Zarzuela, Adolfo se queda con Sabino y cuando vuelvo a ver a Adolfo, horas más tarde, ya es un presidente dimitido.

No hay pues una petición previa de dimisión por parte del Rey, unos días antes, de ningún modo, al menos eso creo yo. Ni hay una pretendida llamada a Fernando Abril desde el coche. Ambos habían hablado el día antes. Y en ese momento la relación entre ambos era muy tensa, mala. La amistad estaba muy quebrada. Recordemos que Fernando había dimitido antes y había cesado como vicepresidente en septiembre del año anterior. Una nueva conversación con Fernando en nada hubiera variado aquello. Y Adolfo nunca la hubiera hecho. Por eso nunca se la propuse y nunca se hizo.

Todo lo demás de aquel día, que yo conozco, etá guardado de momento en mis papeles, mis notas, mis escritos. Es pronto para ir más lejos. Me basta con puntualizar lo que pienso que en Ximo ha sido un mix de dos hechos: la llamada tardía de Fernando a a Adolfo por no haber estado en la reunión del día 26 y mi conversación con Adolfo en Moncloa y en su coche aquella triste mañana, que él me ha oído contar muchas veces.

Podría referirme a los temas autonómicos que Joaquín comenta con sumo acierto y con cuyo juicio coincido ahora y antes. Hay un famoso documento interno de la UCD valenciana, de fecha 29/9/1979 —que conservo— donde se dice que «se extendía la opinión popular de que la autonomía solo puede generar más impuestos, más burocracia, más cargos públicos y políticos…». Pero es algo ya muy difícil de rehacer aunque —pienso— que el sistema autonómico no sobrevivirá igual a esta crisis que ha evidenciado todos sus defectos constitutivos y de funcionamiento. Aunque esa es otra historia que no toca hoy…