La Diócesis Valentina ostenta desde 2001 el récord de mártires beatificados. Uno de los empeños más controvertidos del fallecido cardenal Agustín García-Gasco durante su etapa al frente del Arzobispado de Valencia. El Papa Juan Pablo II elevó a los altares en 2011 a 233 mártires de la guerra civil «o de la persecución religiosa», como le gusta decir a la iglesia. La mayor parte de estas causas se iniciaron en Valencia, aunque no todos eran valencianos, pero ejercían aquí cuando murieron. De esta manera, la diócesis dirigida por Agustín García-Gasco aportó uno de cada cinco de los beatificados por Juan Pablo II durante su pontificado.

El arzobispado de Valencia se volcó para conseguir un hito histórico en la iglesia española. Nunca hasta entonces se había preparado una beatificación tan numerosa. Y este logro fue posible por la voluntad puesta por la jerarquía eclesiástica local —con García-Gasco a la cabeza— en unir las 16 causas abiertas por distintas órdenes e instituciones católicas, algo que no ocurrió en otras diócesis.

Para conseguir la mayor repercusión social posible, el arzobispado tampoco reparó en gastos y envió una extensa documentación a todas las parroquias. El resultado fue que unas 30.000 personas se congregaron el 11 de marzo de 2001 en Roma para asistir al homenaje a los mártires «por el odio a la fe cristiana», según la terminología oficial. El acto de beatificación de los 233 mártires valencianos fue secundado por la plana mayor del PP valenciano que acudió a Roma al frente de la delegación española encabezada por el entonces ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas junto a Eduarzo Zaplana, Francisco Camps, Alberto Fabra y Rita Barberá.

La Iglesia valenciana sabía que la beatificación de los mártires tocaba un asunto muy sensible para muchas personas porque en 2001 aún quedaban abiertas (y aún continúan) llagas abiertas por los cuarenta años de dictadura y represión que la jerarquía eclesiástica española se ha negado a condenar. Por ello se decía que la beatificación no pretendía reabrir heridas, pero el relicario de plata que se entregó al Papa contenía una inscripción que dejaba claro el sentido del homenaje. Decía en la tín: «Los que vinieron de una gran persecución y lavaron sus ropas con las sangre del cordero».

En el clero valenciano no todos vieron claro la conveniencia de las beatificaciones, máxime cuando la Iglesia no ha perdido perdón por el apoyo a Franco y el movimiento nacional. Pero Don Agustín no se detuvo. En los años siguientes abrió y preparó la causa para beatificar a 250 mártires más y promovió en el arzobispado el estudio de otros 400 expedientes. Otro valenciano, el cardenal valenciano Antonio Cañizares, también inició el proceso de canonización de 800 muertos en la Guerra Civil.

García-Gasco también mostró su lado más conservador en este asunto. En 2007 criticó en su pastoral semanal las iniciativas para la recuperación de la memoria histórica. En octubre de ese año, con la ley de memoria histórica a punto de aprobarse, el Arzobispado de Valencia se inhibió de la retirada de las cruces franquistas en las iglesias. «Las cruces a los caídos se instalaron por una disposición del régimen de Franco a los ayuntamientos y la iglesia sólo dio su permiso. Así que quien las puso que las quite si quiere», aseguró un miembro de la curia diocesana a Levante-EMV en octubre de 2007. Además de abrir el camino a las beatificaciones masivas, el Arzobispo también promovió una iglesia en honor de los beatos en una de las naves de la Cross, junto a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, sobre la estructura de una vieja nave industrial, protegida patrimonialmente.