«Esto es un desastre. Es imposible de reforestar». Estas palabras de un vecino de Yátova reflejan el sentimiento de desolación de los numerosos ciudadanos que ayer, aprovechando el primer festivo tras el incendio, se acercaron al Valle de Ayora y la Hoya de Buñol para ver sus efectos. Y es que además del volumen de la devastación, la ceniza y el humo que cubrió Valencia durante días ha incrementado la solidaridad y el afecto a los pueblos afectados desde las grandes ciudades.

«Hemos venido porque nos encanta el monte y queríamos ver lo que había ocurrido. Lo seguimos por la televisión y no nos lo creíamos», apuntaba una pareja de jóvenes de Valencia, que ayer se acercó al mirador desde el que se divisa el embalse de Cortes de Pallás y el pueblo de Dos Aguas.

Como ellos, aproximadamente un centenar de personas —contando a vecinos con segunda residencia en la zona—, se han «acercado» para comprobar la situación de primera mano, apuntaba ayer a este diario José Grau, alcalde de Dos Aguas. «Todo sigue su curso con normalidad», explica.

Cerca de allí, Amalio Monforte se encontraba ayer con los daños que ha sufrido su chalé, cercano al núcleo de Dos Aguas. Bajo la pinada de la «caseta dominguera» sus hijos y nietos han crecido y disfrutado de la naturaleza. Ahora sólo hay cenizas. «Este verano será diferente, no creo que mis nietos vengan. Primero hay que limpiarlo todo y hay mucho trabajo», afirma este vecino de Catarroja. «Cuando vi mi casa lloré», añade emocionado.

Además de Amalio, muchos han peregrinado estos días hasta su segunda residencia, y sus reacciones eran similares. Gracia Muñoz, vecina de la urbanización Balcón de Montroy, explica que cuando vio las consecuencias tenía tanto trabajo de limpieza que no sabía por dónde empezar: «La piscina estaba llena de cenizas, era un caos».

El trabajo de los bomberos salvó su casa pero los daños aún están por concretar. «Yo espero que de esto se haga cargo alguien. El alcalde va a venir mañana, así que parece que la disposición es buena», afirma Gracia. Cerca de Macastre, Ismael Perigüell se encontró ayer con las consecuencias del fuego y comenzó a limpiar. «Hemos venido toda la familia», afirma consternado.

«Hay mucha gente, porque todos quieren saber qué ha ocurrido con sus terrenos y sus casas debido al incendio», apuntaba ayer Natalia López en Dos Aguas. El mirador del pueblo acogía ayer a visitantes tomando fotos del paisaje desolado.

Sorprende el nuevo color del paisaje, que ha mutado del verde al negro. Pero también el olor que aún flota en el ambiente. «Huele a quemado. Antes daba gusto venir y disfrutar del monte, estos últimos días huele a chamuscado», reconocía con tristeza Miguel Ángel Martínez Amores, de Macastre. Nada será igual en mucho tiempo.