Cuando Jesús Albir recibió la llamada que lo sacó de las listas del paro hace año y medio, pudo decir que sí al trabajo de auxiliar de seguridad que le ofrecieron gracias a que tenía una bicicleta. Jesús era usuario de los albergues y viviendas sociales de la organización San Juan de Dios y, mientras estuvo parado, pudo formarse en la reparación de bicicletas en el centro socio-ocupacional Tàndem, reparando los vehículos que recopilaban Col·lectiu Soterranya y AMA. Una de las entregas solidarias que realizaron las asociaciones recayó en Jesús, que recibió una de las bicicletas que él mismo había reparado.

Con el paso del tiempo, consolidó su situación en la empresa, donde ya tiene un puesto fijo, y pudo comprarse una moto: «Fui renovando contratos, mejoré mi situación y me hice con una moto que me permite ir más rápido y con más seguridad» explica, sin olvidar que la bici era «era el único medio para ir al trabajo porque no hay autobuses ni nada».

Jesús trabaja en un polígono industrial situado en la A-3, cerca del municipio de Manises, y asegura que el trayecto de 36 kilómetros que hacía en bici diariamente para llegar hasta allí es peligroso porque «hay mucho tránsito de camiones y se tarda mucho». Para que fuera seguro «tendrían que poner un carril bici», ya que el camino «no está bien pavimentado» y se accede por una vía de servicio que «no es segura para los ciclistas» porque «por la noche no hay alumbrado, no hay arcenes y los coches entran y salen del trabajo muy rápido». Un auténtico riesgo para su propia vida: «Te la jugabas».

Sin embargo, Jesús asegura que volvería a ir al trabajo en bicicleta si el camino estuviera habilitado y se garantizara la seguridad de los ciclistas: «Mejorando el alumbrado y las condiciones de la vía de servicio se podría habilitar para que fuera más seguro. De hecho por aquí no veo bicis. Hay coches y camiones de todo tipo».

Bicicletas para curar el racismo

La historia de Jesús es uno de los logros sociales que ha conseguido el proyecto «Bicis para todas», que desde 2014 ha repartido más de 270 bicicletas reparadas en el taller del centro socio-ocupacional Tàndem. Mar Bensach, una de las impulsoras del proyecto, explica que han tenido «casos de todo tipo», desde «gente que necesitaba una bici para la rehabilitación muscular» o «para poder ir a estudiar», permitiendo a familias con dificultades económicas «evitar el gasto del transporte público gracias a la bicicleta».

La mayor parte de los beneficiarios de estas bicicletas solidarias son personas de otros países que tenían problemas de integración en la sociedad valenciana, debido a barreras idiomáticas, culturales o a los prejuicios, un obstáculo que Marta reconoce que superó gracias a montar en bici. Además de «llevar una vida más sana, más tranquila y relajada», le permitió conocer «a muchas personas de la calle o inmigrantes», saber sus historias personales y entrar en un grupo social unido por la bicicleta que «se ha convertido en una familia».

Las asociaciones que integran el proyecto suelen organizar comidas y fiestas con cada entrega colectiva de vehículos. En una ocasión, Marta recuerda la emoción de una mujer de Orriols, que sufrió los insultos de grupos racistas, al sentirse integrada por poder asistir a una comida donde nadie estaba excluido por razón de su color de piel, religión o país de origen.

Por eso, reivindica la bicicleta como un símbolo de integración que también permitió a varias familias ahorrarse el coste del transporte público para que sus hijas pudieran ir al instituto a estudiar, o que un chico de Senegal pudiera ir desde Valencia hasta Alfafar para trabajar, ya que, al igual que Jesús, pudo hacerlo gracias a la bicicleta.