Cuando más pequeño es su pueblo, cuando más pobre su familia y cuando más hermanos tiene, antes dispone de teléfono móvil un niño valenciano. Puede resultar paradójico o inesperado. Pero eso es lo que dice la letra pequeña del último estudio del Instituto Nacional de Estadística sobre equipamiento y uso de las tecnologías. Los datos son rotundos. Hay 303.000 niños valencianos de entre 10 y 15 años. De ellos, posee móvil el 70 %. Es decir, más de 212.000 menores de esa franja de edad. Pero es su distribución el factor que más llama la atención.

Los niños que disponen de teléfono móvil en las urbes de más de 100.000 habitantes son el 59,2 %. La cifra va aumentando conforme decrece el tamaño del municipio. Así alcanza su cénit en los municipios de menos de 10.000 habitantes, donde el 80,2 % de los niños de 10 a 15 años dispone de teléfono móvil. Son 21 puntos porcentuales más.

Lo mismo sucede „aunque de modo más atenuado„ cuando se compara la posesión de móvil entre los hijos en función de los ingresos mensuales de su hogar. La lógica indicaría todo lo contrario a la realidad: en las familias que ingresan menos de 900 euros mensuales hay un 74 % de niños de 10 a 15 años con móvil. En cambio, en los hogares donde se ingresan más de 2.500 euros al mes, la tasa de niños con móvil desciende ocho puntos y se sitúa en el 66 %. En cuanto al número de miembros del hogar, es en las casas donde hay cinco o más personas donde se marca el récord de niños con móvil: el 75,6 % dispone de smartphone.

No moverse por impulsos

El uso del teléfono móvil entre los más jóvenes es una cuestión que cada vez preocupa más por los peligros que entraña y por la intensidad de uso. Ayer mismo, el Servicio de Gestión de Drogodependencias y Otros Trastornos Adictivos, de la Conselleria de Sanidad, organizó por primera vez una sesión de formación especializada en prevención escolar ante la adicción a móviles, redes sociales o videojuegos online. Como si se tratara de la droga, el alcohol, el tabaco o la ludopatía. Como una adicción más pero en forma de pantalla.

El taller, al que asistieron unos setenta técnicos de las Unidades de Prevención Comunitaria (UPCCA), fue impartido por el psicólogo Mariano Chóliz, profesor de la Universitat de València y director de la unidad de investigación «Juego y Adicciones Tecnológicas». Chóliz explica que hay dos factores clave para protegerse ante las adicciones. Primero: ser tú quien controla la tecnología y que no seas el esclavo de las demandas del móvil o las redes sociales. En adultos hay que fijar unas pautas de comportamiento y no moverse por la impulsividad. En menores, subraya, es muy importante el tutelaje de los padres. Que no dejen libertad plena a sus hijos ante las pantallas. Que no se desentiendan.

Padres que no son modelo

Su argumento es claro: «Los padres son quienes compran la tecnología y los dispositivos a sus hijos y los que pagan el consumo. Así que, antes de dar el aparato a sus hijos, deberían poner unas condiciones de uso. Por ejemplo: no vas a utilizar el móvil mientras estamos comiendo; vas a ponerlo en modo avión a la hora de dormir; no deberías utilizarlo mientras estás haciendo deporte, estudiando o en otras actividades de ocio. No se trata de ejercer un papel de controlador o censor, pero sí de supervisor, para que los niños hagan un uso apropiado», explica.

¿Y es posible que supervisen adultos que están adictos, que no sueltan el móvil y que no enseñan con el ejemplo? «Pues es complicado», responde Mariano Chóliz. Además, agrega otro problema: es una industria basada en el consumo y hay una presión por el consumo brutal. Pone un ejemplo: «Hay videojuegos online que te sacan del juego si no estás conectado unas determinadas horas. O que te bajan de nivel o te reducen privilegios si estás un día sin jugar. Si no te pliegas a sus condiciones, te penalizan. Y eso aboca al consumo excesivo y a la adicción», dice Chóliz.

Ante los problemas crecientes de ciberacoso o adicciones, propone que los padres conozcan las claves personales de sus hijos pequeños en las redes sociales por razones de seguridad. «No es para fisgonear, porque no hay que hacerlo. Pero si se intuye algún problema, los padres pueden comprobar si ocurre algo malo en su entorno cibernético», precisa el psicólogo.