Fue una insurrección popular sin precedentes en la València de 1519 que hizo tambalear los cimientos del orden aristocrático y nobiliario de la época. La crisis económica, la competencia desleal, la amenaza de la peste, la desconfianza hacia la justicia y la marginación de los gremios de la vida política fraguaron el apocalíptico caldo de cultivo de la Germania, una explosión social que se extendió como la pólvora entre las principales villas y ciudades del reino.

Quinientos años después, sin embargo, el aniversario de la efeméride ha pasado prácticamente inadvertido en las instituciones valencianas. Un olvido que la Universitat de València (UV) ha querido compensar con un compendio de actividades. Desde ayer, el seminario de investigación La Germania, 500 anys. Un conflicte entre dos èpoques reúne a una quincena de investigadores de distintos puntos de la geografía española para profundizar, con nuevas revelaciones y estudios, en las repercusiones y los orígenes de un acontecimiento histórico de enorme trascendencia que reservó a los artesanos y los trabajadores del textil un papel fundamental.

El catedrático de Historia Medieval Rafael Narbona, uno de los coordinadores de la jornada, describe la Germania (en singular) como «una de las señas de identidad valencianas por antonomasia», por su carácter popular y su fecha de eclosión. «Fue el primer movimiento social protagonizado por el pueblo, que no estuvo dirigido por las élites tradicionales, sino que comenzó desde abajo», resume el especialista.

Revuelta antinobiliaria

La rebelión surgió de una reivindicación popular de justicia en favor de los grupos más desfavorecidos, que reclamaba la legitimidad de los fueros y los privilegios reales frente al «carácter aristocratizante de la sociedad del siglo XVI y los intereses imperiales del reinado de Carlos I», ahonda Narbona. Sus líderes eran trabajadores del ámbito de los oficios artesanos que veían amenazado su futuro en medio de un clima de gran inestabilidad, dominado por la crisis de las manufacturas, la pérdida de control de los gremios sobre los artículos fabricados, la amenaza de los piratas berberiscos y los elevados créditos censales derivados de la política expansiva de los Reyes Católicos. Los agermanados «miraban al pasado en un mundo cada vez más moderno y centralista», en el que la monarquía conservaba un gran poder y la nobleza y la aristocracia «trataban de apartarse de las clases populares, con un talante segregacionista», incide el catedrático.

Una de las principales novedades investigadoras que el seminario pone encima de la mesa es la constatación de que la Germania no nace como un movimiento revolucionario, sino reformista, con un carácter pacífico que apostaba por el camino de la legalidad. En un principio, incluso estuvo apoyado por Carlos I y la corte. Sin embargo, la corriente fue radicalizándose, adquiriendo un carácter violento que derivó en una guerra abierta con los intereses tradicionales de los dirigentes de la sociedad, y en episodios como el asalto e incendio de la morería o el bautismo forzoso de musulmanes. En la masa protagonista de la Germania también había conversos judíos. Hechos como que Carlos I no jurara los fueros o que el virrey nombrado por éste no fuera valenciano alimentaron una escalada de tensión en la que también influyeron la exclusión de los gremios del Consell Secret, el órgano político a través del cual la nobleza controlaba la ciudad, o la orden que les retiraba el armamento para defenderse de los piratas.

Tras la rebelión, los agermanados se adueñaron de la ciudad, ocuparon cargos municipales y suprimieron impuestos. Aunque terminaron cayendo derrotados en el transcurso de la batalla, el legado del movimiento perduró durante siglos y dejó para la posteridad personajes como Vicent Peris, Joan Llorenç, Guillem Sorolla o el enigmático Encobert de Xàtiva.