El saguntino Pepe Conejos se acababa de jubilar este año como conserje del Ayuntamiento de Sagunt. Había hecho planes para viajar a diversos destinos. Sin embargo, el coronavirus se cruzó en su destino y hace pocos días falleció, como recordaron en las redes sociales numerosos trabajadores del ayuntamiento, además de algunos concejales de la corporación que coincidían en una misma convicción: «Se ha ido «una buena persona».

El adiós definitivo de Pepe llegó de sopetón, cuando menos lo esperaban sus más allegados. «Estuvo varios días ingresado en el Hospital de Sagunt y, justo falleció después de haber superado los dos días que, según los doctores eran los más críticos. Realmente, había empezado a mejorar y a hablar con los médicos. Ya creíamos que de ésta salía. Pero entonces llegó el mazazo», contaba uno de sus amigos a Levante-EMV.

Muy interesado por la cultura y el senderismo, Pepe Conejos fue durante mucho tiempo alumno de la Escuela Permanente de Adultos (EPA) de la ciudad con tal de enriquecer sus conocimientos. También disfrutaba de la programación de Cultura organizada en la localidad tanto por el mismo ayuntamiento como por diferentes colectivos. «No se perdía las Jornadas Micológicas, ni muchas charlas de las que dábamos. Venía a las visitas guiadas por el patrimonio... Tenía muchas inquietudes a ese nivel», recordaban desde el consistorio.

Dado su gusto por salir a andar y hacer excursiones, también aprovechaba muchas salidas organizadas a nivel municipal dentro del programa 'Alternatura' para así hacer marchas a pie por la naturaleza o conocer otros paisajes.

En el consistorio, Pepe Conejos dejó una imborrable huella tras trabajar allí durante años como conserje del palacio municipal y de la Casa de Cultura del Port de Sagunt. Su eterna sonrisa, su buen carácter, su amabilidad y su generosidad no solo le hacían apreciado en el día a día. También era el auténtico motor de suculentos almuerzos cuando llegaban fiestas como las Fallas o la Navidad, donde evidenciaba su buena maña para hacer buñuelos o su disposición a compartir todo tipo de delicias compradas en el horno.

Ese gusto por compartir buenos momentos también le llevaba a llegar cargado a la hora de almorzar cuando volvía de Vilafranca del Cid tras aprovechar para ver a la familia y surtir su despensa.

Por eso, por tantos detalles y atenciones, por su buen hacer y su franca sonrisa, su jubilación ya dejó un vacío enorme en el ayuntamiento; una ausencia que ahora es más dura de llevar para los muchos que le querían y ahora quieren celebrar un acto de homenaje en su honor «en cuanto todo esto del coronavirus por fin acabe».