Admirar a un artista y tener la oportunidad de visitar la casa en la que vivió y alumbró parte de su obra es una experiencia superlativa. Y eso es lo que sucede al acceder a la Casa Museu Segrelles de Albaida, refugio último del genial pintor e ilustrador. Es particularmente emocionante contemplar El Pentecostés, su última obra. Este enorme lienzo inacabado (le falta poquísimo) era un encargo de una parroquia de Valencia.

Segrelles daba sus últimos retoques a la pieza, se resfrió y en apenas unos días falleció. «Dos días antes de morir, estaba rematando el cuadro. Es su indiscutible última obra. Y la tenemos aquí», destaca Juan Carlos Tormo, responsable de la instalación junto a su hermano Vicente. Son sobrinos de Segrelles y cuidan con dedicación y afecto este tesoro gracias al cual el genio creador del artista albaidense sigue presente.

José Gabriel Segrelles Albert (Albaida, 1885-1969) tiene un merecido espacio en la historia de los grandes ilustradores europeos. Además de magnífico pintor, su audacia como cartelista sigue sorprendiendo hoy día, con obras de una rabiosa modernidad que ya son historia de las fallas de Valencia, del FC Barcelona o de la primera promoción turística de España. Pero después de un periplo internacional de fama, grandes encargos y un prestigio mundial que le llevó a vivir en Londres, Nueva York o Barcelona, se estableció de nuevo en su Albaida natal después de la Guerra Civil. Es cuando se casa; cuando inicia por sus propios medios la conversión de la vivienda en su futura casa-museo —que terminó en 1943—y cuando su jovencísima esposa muere apenas dos años después de unirse a él. Es la época en la que deja ya de lado los grandes viajes, las relevantes citas culturales, y se refugia en la pintura y en su hogar.

Segrelles tiene seguidores casi militantes de su personal estilo. Así que la visita a la casa supone toda una experiencia para ellos. «Hay gente que se imagina una o dos grandes sales como en un museo al uso y exclusivamente para ver sus obras. Y hay otros que, efectivamente, saben que vienen a la casa en la que vivía; que van a ver sus objetos personales, a recorrer sus estancias...», explica Juan Carlos. Y es que este museo hace pleno honor a su denominación porque la gran biblioteca de Segrelles, su piano, sus muebles... Todo permanece casi igual a como lo dejó hace 50 años. Con detalles como esa decoración moruna de algunos rincones o ese amor por el detalle que impregna cada estancia. El pasado día 2 el museo reabrió sus puertas tras el cierre por la pandemia. Lo hace con las medidas lógicas de higiene y seguridad, y con solo una pequeña limitación en las habituales visitas guiadas.