Más allá de mascarillas y vacunas, el convulso 2020 dejará dos cruces marcadas en el siempre complejo mapa de la historia internacional. La primera de ellas desde el corazón anglosajón, Londres, con la culminación de una realidad con aires de nacionalismo que llevaba coleando desde el ya lejano 2016. La segunda, a orillas del Potomac, con una Casa Blanca que en un giro de los acontecimientos -nada esperado a inicios de este año- cambiará de inquilino en las próximas semanas. Ambas, con sus peculiaridades y condiciones, dejan una inmensa huella.

Esta la provoca el brexit, ese que convirtió en una realidad completa la salida de uno de los hasta no hace tanto grandes socios de la Unión Europea. Con ella y sus instituciones, el Gobierno de Boris Johnson ha tenido un fin de fiesta tormentoso, de duros enfrentamientos, cócteles mólotov en forma de declaraciones y consecuencias ciertamente inimaginables aún pese al acuerdo cerrado en Nochebuena. Lo que sí que se conoce ya es el voraz camino que la marcha ocasiona, desde las cabezas de dos ‘premiers’ británicos como David Cameron y Theresa May al más reciente adiós de la guardia pretoriana de Johnson, liderada por el que fuera principal impulsor de la campaña probrexit, Dominic Cumming. Todos caídos en la batalla por un objetivo que, al menos en lo económico, parece tener difícil rédito para Londres.

En el lado contrario del tablero, el que se refiere a las certezas tangibles, encaraba el inicio de este año con garantías el presidente Donald Trump. Su siempre controvertida política -con una economía al alza, una reducción de las tensiones militares externas, pero también la cada vez más palpable fractura del país- parecían asegurarle cuatro años más en el Despacho Oval. Hasta que el virus lo cambió todo.

Meses de negacionismo y de menosprecio a la pandemia desde su Administración provocaron un torrente sin igual de decesos -más de 300.000 desde su inicio-, una economía al borde del colapso para muchas familias y, por supuesto, el fin de sus aspiraciones presidenciales. En unos comicios como no se recuerdan otros, Joe Biden le ganaba limpiamente la partida en las urnas. Trump no lo aceptaba. Las acusaciones de fraude se convertían en su arma a la desesperada. Pero nada podía evitar ya lo inevitable.

La Justicia y las instituciones confirmaron al exvicepresidente de la ‘era Obama’ como nuevo dirigente electo mientras, en paralelo, el magnate perdía uno a uno los que un día fueron sus firmes defensores. Ahora, con su salida, Trump deja un país polarizado y de retos colosales. Él, no obstante, no ha dicho su último adiós. La puerta de regreso en 2024 la ha dejado abierta.