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Democracia con buena salud, pero imperfecta

Constitucionalistas y politólogos defienden la calidad del sistema pese a la necesidad de reformas

Los miembros del Gobierno, con el vicepresidente Iglesias al centro, durante un pleno del Congreso. | EFE

Ni «procés» ni coronavirus. El debate estrella de la última semana ha pivotado de forma machacante en torno a unas declaraciones en las que el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, cuestionó que pueda hablarse de España como una democracia plena o, al menos, como un lugar donde existe la normalidad democrática. Sus pruebas: las penas de cárcel para los líderes de la rebelión independentista, la condena al rapero Pablo Hasel por injurias a la Corona y enaltecimiento del terrorismo o la huida del Rey emérito a Emiratos Árabes. En la C. Valenciana, las tesis del dirigente morado han sido secundadas por cargos y dirigentes de Compromís y Podem: dos terceras partes del Botànic.

Más allá de los análisis de brocha gorda, en el mundo académico hay un consenso bastante amplio respecto a la polémica: la democracia goza de buena salud, pero necesita mejorar. La catedrática de Derecho Constitucional Rosario Serra, investigadora del Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València, afirma con rotundidad que la normalidad democrática es un hecho en España. «Se puede discrepar de determinadas decisiones judiciales, e incluso de la norma sobre la que se adoptan dichas decisiones, pero el hecho de que se puedan plantear reformas a la ley, que después serán aprobadas si así lo decide la mayoría del parlamento, ya es prueba de la normalidad y salud democrática de nuestro país». Un ejemplo es el debate sobre los límites de la libertad de la expresión. «El valor de la democracia en la capacidad de debatir y consensuar las reglas de convivencia», ahonda.

Blanca Nicasio, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad CEU-Cardenal Herrera, subraya los indicadores internacionales para compartir la conclusión de Serra. El último índice de calidad democrática de The Economist otorga a España un notable (8,12 puntos) y la coloca en el 22º lugar de la clasificación por encima de países como EE UU, Italia, Portugal o Francia. Ahora bien, Nicasio advierte de que el sistema debe adaptarse de manera ineludible a los cambios, crisis y desafíos que se plantean en la sociedad, y que, si no se tienen en cuentan, pueden poner en riesgo la democracia misma. Entre ellos señala la rendición de cuentas, los mecanismos de participación ciudadana, los controles a la división de poderes o la desconfianza creciente de los ciudadanos en las instituciones del sistema político. «Nuestra democracia está consolidada, pero las democracias no están atornilladas, no son inamovibles, y siempre son mejorables», incide Nicasio.

Aunque, en general, los mecanismos democráticos funcionan, para la socióloga y politóloga Aída Vizcaíno habría que poner el foco en cuánto de bien funcionan. En ese sentido, la experta enmarca las declaraciones de Iglesias y la «desmesurada reacción» en la contienda electoral catalana y lamenta que el debate no se esté aprovechando para reflexionar sobre las particularidades a mejorar del sistema.

Carencias en los controles

El expresidente del Consell Jurídic, Vicente Garrido, coincide en que se están confundiendo los tiros. Que la democracia española esté bien asentada y pueda homologarse a las más modernas del mundo no está reñido con el hecho de que el estado de derecho presente disfunciones, afirma. El jurista también observa carencias en los mecanismos de control entre poderes y una excesiva politización de las instituciones. «La anormalidad democrática es querer desmantelar el régimen democrático por parte de grupos separatistas y populistas», apostilla.

La catedrática de Derecho Constitucional Remedio Sánchez, considera que las declaraciones del vicepresidente son una «deslealtad» a las instituciones y «restan mucha credibilidad al sistema». Sánchez mantiene que el sistema democrático español es «muy garantista», aunque admite que «pasan cosas poco normales» como que se declare un estado de alarma «para colgarlo como un trofeo en el salón» o que el Gobierno siga sin legislar en cuestiones que afectan a la pandemia.

El politólogo Álex Comes también advierte de las consecuencias de que un vicepresidente del Gobierno alimente la desconfianza hacia las instituciones y ve parlalelismos con fenómenos como el trumpismo. «Tal como está el clima político y la polarización me parecen una temeridad. No vivimos en un sistema democrático perfecto, pero ninguna democracia lo es», sentencia Comes. Para Rubén Martínez Dalmau, vicepresidente del Consell y profesor de Derecho Constitucional, la polvareda levantada «es la comprobación empírica de que nuestra democracia tiene anomalías».

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