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"Sonrió al vernos, parecía que supiera que íbamos a ser sus padres"

Hay más de 250 expedientes internacionales abiertos y 92 nacionales

Marina y David, una pareja de València, esperan el momento para poder viajar a Vietnam a recoger a su hijo o hija. | PACO CALABUIG

Cuando Marina nació era muy morena y tenía los ojos rasgados. Al verla, su abuelo dijo: «¿de dónde ha salido esta vietnamita?». Poco después Marina se quedó sin padre y fue precisamente su abuelo quien estuvo con ella durante su vida. Desde entonces, Vietnam siempre ha ocupado un lugar en el corazón de esta valenciana que soñaba con adoptar. Ahora, Marina y su marido David están en proceso de adopción internacional. Esperan, desde 2017, el momento de encontrarse con su hijo o hija en Vietnam. Un proceso largo de por sí que se ha dilatado todavía más en el tiempo debido a la pandemia mundial.

La crisis sanitaria ha acentuado las cifras a la baja de las adopciones internacionales. En 2018, se constituyeron 19 en la Comunitat, en 2019; 26 y en 2020 solo cuatro. Con todo, ahora mismo hay 256 expedientes en trámite.

El proceso requiere paciencia

El expediente de Marina y David no ha llegado a Vietnam por la situación sanitaria. «Cada vez que hay nuevos casos positivos el proceso se para, lo que provoca que los viajes programados, las asignaciones y el envío de nuevos expedientes se atrasen, como es nuestro caso». Paloma y Héctor (nombres ficticios) también esperan un hijo de Vietnam desde hace cinco años. «Cuando aparece la covid-19 nos asustamos porque da miedo que te asignen a tu hijo, veas su foto y no puedas viajar a por él», detallan. Embarcarse en una adopción supone armarse de una paciencia. «Hay que tener claro que el tiempo no depende de ti, por eso hay que confiar en el proceso», dicen Marina y David. Para ellos, la adopción es su opción. «Teníamos claro donde estaba nuestro corazón» Y ese sitio es Vietnam: «no conocemos a nuestro hijo pero ya lo queremos muchísimo», relatan.

«Felicidad pura. Con amor todas las dificultades desaparecen». Mario -nombre ficticio para preservar la intimidad de la familia- empieza así a explicar el momento en el que se encontró por fin con su hija. Él y su marido la llevaban esperando cuatro años a través de un proceso de adopción nacional. La covid-19 retrasó unos meses la asignación pero en verano de 2020 llegó el momento. «Nos llamaron y conocimos su historia. Semanas después nos encontramos con ella. El sentimiento fue indescriptible», cuenta Mario, «me acordé de quienes lucharon para que hoy podamos ser una familia con dos padres», detalla. «Se enganchó a mi, parecía que supiera que íbamos a ser sus padres», recuerda emocionado. Para Mario, el covid-19 ha supuesto conocer a su hija con mascarilla aunque «los ojos lo dicen todo» y dificultades para programar visitas al médico.

La adopción nacional se ha mantenido en los últimos años. En 2018 se resolvieron 74; en 2019 fueron 58 y en 2020; 62. A diferencia que con las adopciones internacionales, la apertura de expediente llega cuando un menor precisa de una familia que se adapte a sus necesidades. Ahora mismo, en la Comunitat hay 92 familias con declaración de idoneidad a la espera de asignación, tal como informa la Conselleria de Políticas Inclusivas.

Las «cigüeñas acogedoras»

Las familias de acogida tienen un papel muy importante en las adopciones nacionales. Juani y Ernesto definen su tarea de cuidadores como si fueran una cigüeña, porque entregan a niños a sus padres. Son familia de acogida de urgencia, por lo que, cuidan a criaturas durante unos seis meses hasta la adopción. Ya han tenido a 12 pequeños en los cuatro años que llevan acogiendo. Ahora, otra vez vuelven a ser ellos dos. Esperan a que vuelva a sonar el teléfono y acoger a los niños que lo precisen: «Tenemos la casa equipada con cunas, camas, ropa de todas las tallas y pañales», ríen. Su función es la de cuidar, «facilitarles la entrada al mundo» y entregarles a sus familias. «Siempre decimos que si los niños se olvidan de nosotros es buena señal. Quiere decir que se han adaptado». Aun así, Juani y Ernesto mantienen contacto con todos sus «sobrinos» adoptivos. Porque las familias así lo deciden. «Tenemos mucha suerte de formar parte de su intimidad y de ver como crecen, es un vínculo muy fuerte con esas familias», dicen. Cada año tienen más cumpleaños a los que asistir. Las criaturas que arroparon entre sus brazos se hacen mayores. Y Juani y Ernesto, las «cigüeñas», están ahí para verlo.

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