Francisco Camps (presidente de la Generalitat entre 2003 y 2011) comenzó a ser un problema para su partido en 2009, el año en que el asunto de los trajes lo puso en la diana política y mediática. Trece años después, y cuando sólo tiene una imputación pendiente (los contratos menores de Gürtel) tras haberse salvado del resto (nueve, según su recuento, aunque técnicamente ha sido imputado en cinco causas) sigue siendo una patata caliente para la organización. Una pieza de difícil encaje para un partido que consideraba y sigue considerado amortizado a quien fue su jefe filas.

Camps agotó como pudo su último mandato, meses agónicos que culminaron en unas elecciones (las de 2011) en las que cosechó el mejor resultado de la historia. La cruz estaba puesta y su partido, con Mariano Rajoy al frente, llegó a la conclusión de que, pese a una eventual absolución (como así ocurrió) la figura de Camps ya no era recuperable. No en vano, durante su gestión se fraguaron los principales casos de corrupción, varios con sentencia firme. De hecho, ya fuera de la presidencia, estalló la mascletà de causas que arruinaron el mandato de Alberto Fabra y arrastraron las siglas al fango. Camps optó por refugiarse en el Consell Jurídic Consultiu y mantener un perfil bajo.

«Juicios paralelos»

El sobreseimiento de la mayoría de las causas ha dado alas a Camps, quien lleva meses reivindicándose. Dejó su trinchera en el Jurídic para tocar a la puerta del PP y postularse como alcaldable de València. En un principio, los movimientos de Camps fueron vistos como anecdóticos, pero conforme se suceden los carpetazos judiciales, qué hacer con él empieza a ser una cuestión no tan menor, sobre todo, porque estos archivos permiten al PP de Carlos Mazón abundar en la idea de la persecución política y judicial y de las consecuencias de la « pena del telediario». Esta semana Mariano Rajoy en la comisión Kitchen usó el ejemplo de Camps para quejarse de los «juicios paralelos».

Carlos Mazón jugueteó con la idea de la rehabilitación de Camps, pero no concretó de qué manera. Fuentes del PP apuntaban a un homenaje cuando quedara limpio de polvo y paja, pero las dudas son enormes ya que su nombre está ligado a una etapa negra difícil de borrar. Aunque Camps se ofrece para alcaldable, algunas fuentes sostienen que, consciente de que esta plaza tiene dueña (Maria José Catalá), no haría ascos a otras propuestas, quizás volver a las Corts. Mientras tanto sus movimientos comienzan a ser cada vez más incómodos, sobre todo en el cap i casal, donde su figura aún tiene predicamento en la militancia más veterana, por su vinculación con Rita Barberá. Esta misma semana, con el archivo del pitufeo, Camps ha puesto a Catalá en un aprieto al plantear que, al margen del recorrido de la propuesta de convertir a Barberá en alcaldesa honoraria (algo que depende de la izquierda), la nombre presidenta perpetua del PP en la ciudad. Catalá trata de esquivar el asunto, mientras el partido sigue sin encontrar lugar para este jarrón.