¿A qué precio?
El crecimiento de la sociedad, tanto en necesidades como en habitantes conlleva, como es lógico, un aumento de la demanda energética. Y dada la necesidad de preservar la salud del planeta, las energías renovables son, probablemente, la mejor de las soluciones.
Si bien esta es la teoría, la práctica conlleva que la instalación, explotación y uso de las mismas debiese estar sujeta a medir tanto el impacto medio ambiental como el social, sobre todo en el entorno rural. Si no medimos ambas variables veremos que la solución está siendo peor que la enfermedad, lo cual es un riesgo enorme. Y teniendo en cuenta que, tras la aprobación de un nuevo decreto ley que permite la instalación de este tipo de parques energéticos sin el cálculo de impacto medioambiental, podemos estar rotundamente perdidos.
No tiene ningún sentido inundar algunos de los entornos más preservados de nuestro país para alimentar nuestros teléfonos móviles sin haber medido el riesgo para estas regiones. Por tanto, si continuamos de esta forma, habremos tomado un camino sin retorno del que, sin dudarlo, nos arrepentiremos más adelante.
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