La titánica tarea de hablar en valenciano a quien conoces en castellano

Un mecanismo del cerebro en el que intervienen los ganglios basales y el córtex dificulta el cambio una vez establecida la primera conversación

Imagen de archivo de aglomeraciones de gente en el centro de València.

Imagen de archivo de aglomeraciones de gente en el centro de València. / German Caballero

A cualquier persona que hable valenciano le ha pasado alguna vez: dos personas se conocen, empiezan hablándose en castellano y la conversación se desarrolla bien. Todo parece en orden y esas dos personas quedan en hablar otra vez en el futuro. Ese primer encuentro puede haber sido en un entorno laboral. Quizá ha sido el inicio de una amistad. Tal vez se llega a convertir incluso en fecha recordada por dos enamorados como el día en que empezaron su relación.

En todas y cada una de esas posibles historias, la segunda cita comienza como la primera: la lengua elegida es la misma, el castellano. Al rato, sin embargo, ocurre algo que cambia el curso de los acontecimientos; salta una llamada que uno de los dos responde a un familiar o se revela el lugar de nacimiento de los dos hablantes, por ejemplo. En ese momento, las dos personas descubren que ambas son valencianoparlantes. Y un complejo desajuste mental se produce en ese mismo instante.

Los dos hablantes, al darse cuenta de que pueden utilizar el valenciano en sus conversaciones, deciden con rapidez que van a hacerlo: para qué seguir hablando en otro idioma cuando pueden emplear la lengua propia, la que usan en sus casas o con sus amigos. La decisión es bastante fácil, no les ha hecho falta pensar demasiado para tomarla.

Ahora bien, para lo que sí que tendrán que pensar mucho a partir de entonces es para lograr ponerla en práctica, porque cambiar a una lengua diferente con una persona con la que se empezó conversando en castellano es una tarea harto complicada, más de lo que pudiera parecer. ¿El responsable de ello? Hay que buscarlo en el cerebro.

«Un error muy habitual es pensar que la conducta humana responde a acciones conscientes, cuando la mayor parte de la conducta humana responde al automatismo y es muy poco sensible a los elementos más conscientes», explica a Levante-EMV el profesor del Departamento de Psicobiología de la Universitat de València Ferran Suay. Suay afirma que lo que sucede con los temas lingüísticos es exactamente eso. «Las conductas habituales, como hablar con alguien, tienen un sistema de regulación diferente en el cerebro», continúa.

Conductas habituales

Lo que sucede concretamente es que son los ganglios basales los que se encargan de procesar situaciones tan dispares como lavarse los dientes, acelerar cuando se ve un semáforo en verde y una conversación con una persona conocida. Todas ellas son conductas habituales -hábitos- que maneja la parte inconsciente del cerebro, en vez del córtex. El córtex, por ejemplo, se encargaría de la primera conversación: si fuera con un inglés o un estadounidense, el córtex entraría en juego para determinar que es mejor hablarle en inglés. Pero en el caso de una persona española, Suay alega que «la legitimidad que se le atribuye al valenciano es muy limitada», lo cual predispone a la persona a presentarse en castellano.

Y así empieza todo: una vez procesado eso, los ganglios asumen la tarea y al identificar al mismo interlocutor ya le atribuyen el castellano. «Aunque en realidad, cuesta cambiar un hábito en cualquier dirección, también del valenciano al castellano», subraya Suay.

El profesor Suay, que además de su labor universitaria realiza talleres de asertividad lingüística en Tallers per la Llengua, da esperanzas a quien se sienta identificado con la situación y quiera cambiar de lengua con un conocido. La solución pasa por conseguir «quitarle» el mando a nuestros ganglios basales y devolvérselo al córtex. Es complicado pero no imposible.

«Durante el mecanismo para revertirlo lo que pasa es que se siente cierta incomodidad, porque no es algo no habitual. Pero los hablantes pueden establecer señales o avisos, para notar que se han pasado de lengua. Romper un hábito pasa por convertirlo en consciente y en este caso es un trabajo de dos personas», expresa. Luego, como para modificar cualquier hábito, aparece la constancia. Así, Suay recuerda que la investigación indica que «cuesta un mínimo de 18 días a un máximo de 380» cambiar un hábito. Es un margen muy amplio, pero incluso 18 días tratando de expresarse en un idioma diferente con otra persona son bastantes días, dependiendo del tipo de relación.

Frustración al no poder cambiar

Mario Rebollar, de 28 años y natural de la Vall d’Uixó, explica a este diario una decisión familiar que pasó a marcar un divertido desorden comunicativo. «En mi casa siempre fuimos castellanoparlantes, pero cuando nació mi hermana mi padre decidió hablarle en valenciano, así que con ella habla así. Lo intentó conmigo pero para entonces yo ya hablaba en castellano con él, así que no funcionó y le sigo hablando en castellano. A mí me gustaría hablarle en valenciano pero se me hace súper extraño, y mira que lo he intentado», cuenta.

En el caso de Paula Boira, que es de Castelló y tiene 26 años, el caos lingüístico se produce con sus amigas del instituto, un grupo que mantiene hasta hoy. «Nos conocimos en primero de la ESO y era una línea en valenciano, pero nos pusimos a hablar castellano el primer día y en 2023 seguimos hablando castellano entre nosotras. Hay algunas de ellas que descubrí que en casa hablaban valenciano años después», dice.

«Siempre fui valencianoparlante y cuando empecé la universidad quise intentar usar más el castellano para hablar más fluido. Pues resulta que el primer día hablé valenciano con un compañero castellanoparlante, él me respondió en valenciano y seguimos hablando así», explica Carla Centelles, de 29 años y de la Vall d’AlbadLo curioso es que Carla, valencianoparlante, habla castellano con el resto de sus excompañeros de clase y Pablo, castellanoparlante, solo emplea el valenciano con ella.

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