«No emigró a Francia, llegó allí huyendo de Franco», incide José María Badía Anell, sobrino de José Badia Agustí, hijo de Llíria del que ahora el consistorio busca su pista para devolver los objetos que le fueron robados por los oficiales de las SS tras entrar en el campo de concentración nazi de Neuengamme, Hamburgo, en 1944.

Hijo de panaderos, José Badía Agustí nació en Lliria el 17 de octubre de 1885 pero el negocio cayó en bancarrota. Sus padres y sus seis hermanos se dispersaron entonces por la península en busca de un jornal con el que llevarse un mendrugo de pan a la boca. Él, sin embargo, se quedó en Llíria con sus padres y su hermana mayor, Consuelo.

Tras el estallido de la Guerra Civil, estar afiliado en la CNT fue motivo suficiente para que el régimen franquista quisiera acabar con su vida. Su refugio lo encontró entonces en Francia, hasta que su férrea lucha por la defensa de la justicia y la libertad le empujase a formar parte de la resistencia francesa frente a la ocupación nazi en el país galo.

Fue detenido entonces y llevado al campo de concentración de Neuengamme, Hamburgo, el 24 de mayo de 1944, a pocos meses de cumplir 59 años. Su salud, entonces ya débil, no aguantó las inhumanas condiciones de vida a las que los nazis le sometieron y falleció unos meses más tarde, el 30 de diciembre, un día antes de Año Nuevo, según los datos que maneja la Asociación Amical de Mathaussen.

No tuvo descendencia directa, por lo que su memoria se diluyó con los años. El miedo a represalias hizo el resto, después de enmudecer el relato de lo ocurrido entre sus hermanos y los hijos de estos. Sin embargo, un reloj de pulsera pausado hace ya 74 años ha conseguido que su historia y memoria salga de nuevo a la luz.

Reparar la memoria

Con cada nueva entrada en Neuengamme, los oficiales de la SS se encargaban de requisar las pertenencias de los represaliados. Así lo hicieron con cada uno de los 100.000 prisioneros que pasaron por el campo nazi de Hamburgo (68 de ellos, españoles y de los cuales solo la mitad logró sobrevivir). Un reloj de pulsera y documentos identitarios fueron las únicas pertenencias que pudieron arrebatar a José Badía, las únicas que llevaba encima.

Unos objetos que, a todas luces, parecían carecer de valor alguno, pero que ahora se han convertido en el hilo con el que su sobrino José María (nombre que le puso su padre, en honor al fallecido en Hamburgo) ha conseguido conocer algo más de su pasado familiar. Y es que su padre Ángel Badía, hermano pequeño de José, huyó como él a Francia. La fortuna quiso que únicamente residiera allí un año. Su mujer, modista de profesión, cosía los trajes de la gente rica de un pequeño pueblo de Huesca, Tamarite de Litera, al que se mudaron cuando comenzó la guerra. «Era gente del entorno de Franco y, en agradecimiento por el trabajo de mi madre, consiguieron arreglar los papeles necesarios para que mi padre volviese junto a su familias», explica Badía a Levante-EMV.

Cuando su padre murió, hace ya cincuenta años, José María viajó a Llíria para recuperar la historia de su familia. Poco a nada pudo saber entonces, el mutismo seguía afincada entre las paredes de la casa familiar. Su madre, sin embargo, se encargó de contarle todo cuanto pudo. «Me da la impresión de que nadie supo nada de mi tío nunca y que soy el último que conoce su historia», reconoce.

Por ello, por mantener su memoria viva, José Maria Badia ha decidido que estos objetos que el Servicio Internacional de Rastreo (ITS) -el mayor centro del mundo dedicado a documentar la persecución del Nacional Socialismo-intenta devolver a los 3.363 represaliados a los que el nazismo robó sus únicas pertenencias, queden en el pueblo que vio nacer y crecer a José Badía Agustí y reparar su memoria.