Por aquello de la edad, uno ya va teniendo sus problemillas y asimila sin rechistar las órdenes sanitarias vengan de donde vengan, aun con las dudas lógicas que te hacen repetir en silencio «xe, jo no ho veig clar». Pero bueno, se aceptan los diagnósticos de buen grado —es un decir— y se aceptan porque quieras o no quieras, de médico, poeta y loco, todos tenemos un poco.

El problemilla se concentra en unos pitidos traidores que atormentan mis oídos de noche, de día y las fiestas de guardar. Consultada la médico de familia (vía telefónica), pide una presencia para observar cómo andan las orejas en el interior, y aquello está más limpio que una patena. No queda otra que acudir al otorrino (¿Se acuerdan cuando jugábamos de niños a ver quién era capaz de pronunciar sin pausa alguna y de carrerilla la palabra otorrinolaringólogo?). Pues eso, que después de un mes de espera llaman de la consulta y te dan fecha para dentro de otro mes. La sorpresa viene después al anunciarte que la misma será telefónica. ¿Telefónica? ¿Cómo me van a ver los oídos telefónicamente? Oiga señorita, eso es imposible. Sabemos que Bill Gates nos quiere implantar un “chis” (gracias al director de la UCAM estamos informados), para controlar a toda la humanidad, pero desconocíamos que ya estuviese todo tan adelantado. Ustedes se han equivocado. ¿De verdad que no tengo que ir yo al centro de especialidades El Espanyoleto? No. Sigue insistiendo que será telefónica. Pues nada.

Al cabo de unas semanas vuelven a llamar para alargar la cita y la hora y siguen insistiendo en que el examen otorrino será telefónico. Entonces pienso que seguramente todavía no han llegado los “chis” y por eso la alargan. Llega el momento y se produce la llamada pero para darme un zasca en toda la boca: me están esperando pero en visita presencial. Claro, yo debo ser el tonto de la ciudad que se ha tragado que le iban a ver el oído a través del iphone. Tras un tira y afloja se dan cuentan que no soy yo el tonto sino que es un traspapeleo y piden perdón. O sea que me quedo mucho más tranquilo, esperando eso sí, una nueva cita todavía por llegar.

Y mientras celebro mi buena suerte, me entero por medio de las redes que la noche anterior se estrenó simultáneamente en À Punt, TV3 e IB3 La Mort de Guillem, pero como por suerte tengo un paquete de esos que puedes ver los programas hasta una semana después, me decido por primera vez en muchos meses sintonizarla la valenciana y verla en À Punt, ahora que tienen un nuevo equipo gestor que dicen va limpiando poco a poco las miserias del enchufe de Empar Marco, elegida directora mediante un pucherazo que ahora los jueces han puesto en su sitio y declaran ilegal su nombramiento. A buenas horas mangas verdes. O sea, que habría que rebobinar y anular todo lo hecho en À Punt hasta ahora. Pues no sería mala idea y quizás se saque un poco de lustre a una televisión que comenzó con ganas pero ha copiado los mismos vicios que la desaparecida Canal-9. Ni horarios, ni orden, ni coherencia.

A lo que íbamos. Resulta que los de À Punt, todos ellos más chulos que un siete, programan y desprograman a su gusto y se la suda a quien perjudiquen. Buscas la película del día anterior y no aparece ni dándole mil vueltas, porque en la programación había otro programita de esos maravillosos y únicos que nos ponen la carne de gallina. Elija usted: Cantant al cotxe, Cuineres i cuiners, No tenim trellat, Açò es un destarifo, La Missa...

Así que tuvimos que sintonizar la TV3, que guardaba la película del día anterior impoluta y perfecta. (xe, tan difícil és fer les coses ben fetes?). Pues parece que en algunos sitios sí. Tan difícil como homenajear a todos los héroes que trabajaron en la lucha contra la primera ola del Covid-19 en Xàtiva y hacerles el homenaje en un espacio donde solo entraban los homenajeados y sus allegados. ¿Qué homenaje es ese? ¿No había otra forma de reconocimiento? ¿De verdad era necesario ahora? ¿No se han precipitado? ¿Eran todos los que estaban?. ¿Se ha quedado alguien por el camino que merecía tanto y más estos aplausos? Mis oídos ya no escuchan los cantos de sirena. ¿Tendré un “chis”?