Lo normal un día como el que me lleva a escribir este artículo, domingo 6 de diciembre, día de la Constitución, era cruzarse en el campo con cazadores y perros en el bancal, tras las patirrojas o las rabudas. Antes formaba parte del paisaje cotidiano. Pero cuando iba con el tractor labrando los almendros solo me he encontrado con una par de cazadores. Uno al salir de casa, que cruzaba por mitad de un campo de viña. Y otro que iba por el linde de Casa el Batle con dos perros. Incluso en días de frío y viento como el de hoy, lo normal antes era encontrarte con varias cuadrillas y sus rehalas de perros con sus ladras, correteando de aquí para allá en busca de algún rastro.

Ya no se ve gente cazando. No hay cazadores. En Fontanars dels Alforins hay cada vez menos socios y en el resto de sociedades de cazadores pasa un tanto de lo mismo. Hay poca caza y la gente se aburre de salir a pasear la escopeta y no pegar ni un tiro. En primer lugar porque no hay relevo generacional. Hay muy pocos jóvenes que se inicien en la caza. Los jóvenes de hoy no quieren saber nada de la caza. Si no hay gente joven que se incorpore a la actividad cinegética, la caza tiene los días contados.

Antes la afición a la caza pasaba de padres a hijos. De pequeño acompañabas a tu padre de morralero y poco a poco se te iba metiendo el gusanillo de la caza en el cuerpo. Pero también esto se ha acabado. Esta pasada semana, por desgracia, conocíamos una noticia más que incide en este sentido, como es la prohibición de la caza en parques nacionales tras el fin de la moratoria que permitía hacerlo en estos parajes naturales. De momento es solo en los parques naturales, pero no es descabellado pensar que se extienda en un par de años al resto de acotados y se prohíba definitivamente la caza, con todas las consecuencias funestas que ello comportaría. Sería la puntilla, sin ningún género de dudas.

En segundo lugar la gente sale a cazar si se divierte. Si no, prefiere quedarse en casa. No quiero decir que salga a llenar el zurrón, pero sí, al menos, ver algún bando de perdices —que solo el ruido ya te pone las pilas— o mover algún conejo con el perrete. Eso solo ya anima al cazador. Si encimas haces una buena percha, mejor; pero no es realmente lo importante. Lo bonito en la caza es ver trabajar a los perros. Hoy un amigo mío me ha enseñado en un vídeo mientras cazaba una muestra patrón de dos bretones a un conejo. Ha errado el conejo, pero lo importante ha sido el lance. Había mucha vegetación alta y era un tiro muy difícil, intuitivo, a tenazón, como se tira a la mayoría de los conejos porque ver la pieza era imposible. Eso es la caza. Momentos irrepetibles. Emoción más que resultados.