El 7 de abril es el Día Mundial de la Salud porque la Organización Mundial de la Salud así lo escogió para crear conciencia sobre las enfermedades mortales mundiales. En el contexto que vivimos, una celebración de lo más adecuada desde una realidad que proporciona por sí sola argumentos más que suficientes. El lema de este año es «Construir un mundo más justo y saludable» y viene al pelo para justificar una campaña que pretende evitar lo que está pasando con las vacunas a escala mundial: hasta hace bien poco, se habían administrado más de 455 millones de dosis de vacunas contra el covid-19 pero solamente el 0,1% de éstas se han destinado a los 29 países de menores ingresos.

Esta brecha en la inmunización entre países ricos y pobres no sólo es rechazable desde la ética y la justicia social, sino que es además una estrategia torpe y calamitosa desde el punto de vista epidemiológico, ya que allí donde el virus campa a sus anchas, se producirán mutaciones imprevisibles que se extenderán inevitablemente, inutilizarán las vacunas y volverán a amenazar a las poblaciones de esos países ricos que pretenden ocupar en exclusiva los botes de salvamento y dejar que se ahoguen los demás.

Con todo, la salud de las personas no sólo está directamente relacionada con la pandemia. Es evidentemente, a día de hoy, un factor esencial y lo seguirá siendo hasta que se cumplan las tranquilizadoras predicciones de la comunidad científica que hablan de que con el virus que hoy mata, mañana podremos convivir. Y lo haremos, si no en paz, por lo menos en un empate técnico que no significará para la Humanidad tantísimas pérdidas como hasta ahora.

Pero además del Covid, la salud de las personas está amenazada por otras patologías y dolencias que correctamente tratadas en tiempo y forma, deberían llevarse por delante al menor número de personas posible. Enfermedades que comprometen gravemente la calidad de vida de quienes las sufren, que aunque comprendan a la perfección el orden de prioridades impuesto por la gravedad de la situación, necesitan y merecen ayuda ante los dolores, malestares o limitaciones que sufren. Nada más terrible que la sensación de desprotección y vulnerabilidad al percibir que las puertas de la atención médica están cerradas porque no hay capacidad de atender a nadie más.

Es cierto que nuestro sistema de salud ha tenido que tensarse hasta límites insospechados en este último año. Y que ha dado una respuesta más que aceptable, rozando el nivel de la excelencia por lo que toca al esfuerzo del personal sanitario y auxiliar que ha dado la cara en las circunstancias más difíciles y complejas. Pero el esfuerzo ha puesto de manifiesto la fragilidad de las costuras de un sistema que salió tocado tras la crisis económica, con la disminución de su personal, del gasto público y de las inversiones.

De ahí, las alertas de los propios profesionales y las personas afectadas sobre el enorme perjuicio que se deriva de la incapacidad del sistema de dar respuesta a todas las situaciones de riesgo para la salud, sin excepción. La paralización de las consultas esenciales como las de Oncología, Neurología o Cardiología supone poner en riesgo la vida de muchas personas que dependen de controles, pruebas o tratamientos. No es de recibo que en el Área de Salud Xàtiva-Ontinyent haya demoras de 7 o 10 meses para conseguir citas con determinados especialistas. El problema no son las personas que lo trabajan, sino un sistema infradotado y sobrepasado que exige cambios y mejoras que no sean coyunturales, porque no sólo de Covid se muere la gente.