Hemos pasado de estar hasta las narices de ver cómo metían bastoncillo en las ídem de todo el mundo, a ver cómo se pinchan brazos musculosos o huesudos, pertenecientes a gente más o menos escéptica o asustada pero que apuesta por lo que a día de hoy es la única solución para salir de la triste situación que vivimos. Los informativos , en ese repaso cansino de cifras de contagios, botellones ilegales, informaciones internacionales y ,ahora, vacunaciones, no dejan de repetir en un bucle infinito las imágenes de esas colas ordenadas de gente que, o bien con cierta intimidad o de forma pública recibe su banderilla y acaba en una silla de plástico , en esos minutos de reflexión obligada y espera precavida en la que los hipocondríacos sienten todo tipo de efectos tan secundarios como imaginarios, mientras que la inmensa mayoría se dedica a charlar relajadamente con los compañeros de vacunación, colegas de aguja para siempre. El hecho de darse además una coincidencia generacional total, y verse rodeada de gente de la misma edad, causa también un ligero shock en quien no acaba de reconocerse en las canas y arrugas que uniforman a todos los presentes.

En todo caso, se puede afirmar que en Xàtiva la organización de las vacunaciones está siendo impecable, en cuanto a seguridad, puntualidad, trato y, es de esperar, que efectividad, algo que ya no depende de las autoridades sanitarias de la zona. La colaboración entre administraciones, mayormente el Ayuntamiento y la Conselleria, ha sido generosa y sin fisuras, aunque quizás, en una sugerencia algo gamberra, el material de lectura que se facilita para la espera con la misma finalidad que en la consulta de los buenos dentistas podría ser algo más variado, entretenido y con menos autobombo.

La convocatoria para la vacunación se está realizando, pues, en riguroso orden cronológico y profesional, según los criterios acordados en instancias superiores. Y es ahí donde se ha producido algún que otro olvido injusto e injustificado.

Se ha vacunado de forma prioritaria, por supuesto, al personal sanitario, a policías y bomberos , a personal de las farmacias o a quienes trabajan en los centros educativos. Pero no se ha considerado la necesidad de vacunar a quienes también trabajaron durante todo el confinamiento y lo siguen haciendo, en un trabajo que exigen cercanía y contacto con la clientela. Son las cajeras de supermercados y en general de tiendas de alimentación.

Muchas personas que estuvieron al pie del cañón, al principio protegidas de la forma más precaria como pasó a muchos colectivos. Recuérdense los patéticos delantales de bolsas de basura que improvisaban las sanitarias. Que después, han continuado en su puesto de trabajo, en las grandes cadenas, en las pequeñas tiendas de alimentación, cobrando y devolviendo el cambio correspondiente, embolsando productos, viendo desfilar cientos de personas al día, algunas más respetuosas que otras con la salud ajena.

Alguien debería haber pensado en ellas para incluirlas en esos listados de personal que precisaba de una vacunación preferente. No por conceder un premio, sino por proteger a un colectivo al que también se dedicaban los aplausos de las ocho, desde la plena conciencia de que poder comprar el pan y los suministros básicos dependía de que alguien rompiera el aislamiento protector para estar en su puesto de trabajo. En su caso, un puesto de trabajo que en muchos casos, está mal pagado y es precario.