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El carnaval y la condena del baile

Un participante de un carnaval de Xàtiva en 2016.

Un participante de un carnaval de Xàtiva en 2016. / AGUSTI PERALES IBORRA

Salvador Catalá

En plena época de Carnaval, evocaremos hoy, el recuerdo de cuando se celebraba en Xàtiva, bajo la estrecha vigilancia del clero más integrista, que no dejó nunca de condenar una fiesta de raíces paganas, que, en su opinión, incitaba a la lujuria y el desenfreno. Su nombre se cree deriva de la festividad carrus navilis, en la que Baco, dios del vino, llegaba a la bacanal, subido en un carro con forma de navío, acompañado de un cortejo de ménades y sátiros, que bailaban retorcidamente en torno a él. Más tarde, la iglesia quiso cristianizar el carrus navilis o carnaval, y la convirtió en un carnalare, una fiesta de adiós a la carne, que, tras el hartazgo, diese paso a la abstinencia del tiempo de Cuaresma.

Se alegraba el semanario El Obrero Setabense, de que las mascaradas públicas ya no invadiesen las calles de la capital de la Costera a finales de los años 20, pero sí le inquietaba, por el contrario, que el Carnaval se refugiase durante los fines de semana en los casinos y círculos recreativos de la ciudad, que aprovechaban la coyuntura para organizar bailes de máscaras, con sus comilonas, alborotos y prácticas tan ridículas como el charlestón, en opinión de un reaccionario semanario, que jamás consiguió convertir en carnalare al carrus navilis romano.

Y es que en todas partes se celebraban bailes, en la Federación Agraria, en las sociedades musicales de la Nova y la Vella, en el Círculo Republicano, el Casino Setabense, o el Círculo Mercantil. Éste incluso organizaba grandes bailes de máscaras en el Gran Teatro de Xàtiva. Aquello constituía una magnífica oportunidad para que los músicos locales pudiesen aumentar sus ingresos, tocando música moderna como ya hacía el maestro Ramírez, y tantos otros que daban clases, conciertos, o ponían música al cine, para poder sobrevivir haciendo lo que más le gustaba.

Dinamizaba también el Carnaval la economía local. Además de dar trabajo a directores de banda y músicos, estimulaba el sector textil con la producción de máscaras y disfraces, lo que permitía al comercio y hostelería local lanzar campañas comerciales con suculentos descuentos en la venta de champagne, licores, o viandas varias, además de preparar para la abstinencia posterior, aumentando las ofertas de bacalao y sardinas, ante la llegada de la Cuaresma, que sí convertía en realidad el adiós a la carne, al menos entre la población cristiana.

El elemento más atacado de la única fiesta sin raíces religiosas del orbe cristiano, y en espera de la llegada de las fallas, fue el baile. Y más de aquella modernidad conocida como el Charleston, que causó furor en las fiestas de la segunda mitad de los años 20. Aquella variedad de foxtrot, nacida en la ciudad estadounidense de Carolina del Sur, de la que tomaba su nombre, se extendió por toda Europa, determinando la forma de bailar y la vestimenta del ocio nocturno de nuestros abuelos y bisabuelos. Nacía la música bailable, que iba más allá de los conciertos de música clásica, pasodobles y charangas.

Se podía bailar acompañado, o en solitario, y fue en la primera modalidad, la que más enfureció a los moralistas redactores del Obrero Setabense, lo que en el contexto de la noche, y con la ingesta de alcohol, podía llevar a espectáculos poco edificantes, y más con la moda de acortar los vestidos, y romper con los corsés, se podía en exceso «complacer al demonio y excitar la lujuria en los hombres». Como resultado, no cesó el semanal de publicar editoriales condenando el baile a lo largo del final de la década de los años veinte y treinta, que se vio apoyada, con el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera, que luchó por la supresión de la inmoralidad en espacios públicos.

Los buenos cristianos no debían asistir a los bailes para no caer en la tentación, y evitar que las mujeres se convirtiesen en objetos de inmoral deseo, y arengaba a los confesores para que domesticasen la conciencia femenina en este asunto, y preguntaba a sus lectores masculinos:¿cómo permitís que vuestras esposas e hijas sean arrastradas así al sonido de una música loca y desarreglada?, tal y como definían a aquella nueva forma de baile.

En otros artículos, afirmaban que a las mujeres jóvenes y bonitas no se les podía dejar bailar en brazos de cualquiera. Era malo para la mujer ir a los bailes, porque se ruborizaban al provocar el deseo en los hombres, y en consecuencia si deseaba continuar siendo piadosa y pura, no podría acudir porque perdería sus virtudes cristianas. Y la mejor solución la daba el semanario, en entrevista a un hombre casado de mundo que mantenía en el anonimato, donde afirmaba categóricamente que jamás llevaría a su mujer a un baile, por mucho que le invitaran.

Por ello, para los cristianos y cristianas, que sí caían en tentación, y se habían dejado seducir por los bailes de máscaras, era muy necesaria la Santa Cuaresma. Un período de abstinencia y recato donde se se purgaban los pecados provocados por la práctica de aquel charlestón, que permitía recuperar la gracia divina, camino de la moral, la austeridad, la abnegación, el sacrificio, la caridad fraterna y la práctica de las buenas costumbres.

Para exorcizar tanta bacanal, anunciaba el Obrero Setabense, que en la Colegiata de Xàtiva se realizarían con toda pompa y tradicional solemnidad cultos de desagravio, que se desarrollarían en paralelo a la ya por entonces enclaustrada fiesta pagana, que tendría como colofón la comunión general del Miércoles de Ceniza, que marcaría el inicio de la Cuaresma, y el verdadero adiós a la carne. Este año comenzará el próximo miércoles, aunque creemos que, como el Carnaval, la Cuaresma tenderá a desparecer. Y es que eran otros tiempos, aunque desgraciadamente el baile sigue siendo condenado en muchos países dominados por el integrismo religioso.

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